Extrañas, de Guillermo Arriaga, es mucho más que un libro. Es un tsunami de emociones y sensaciones, de olores pestilentes y aromas de hierbas, tormenta y remanso, amor y transgresión, compasión y crueldad, ternura y tortura, curiosidad y rigor. Novela adictiva y feroz, reveladora de la condición humana con todas sus contradicciones, bondades, rechazos y empatías.
En sus casi 500 páginas logra asquearnos con lo más miserable del ser, emocionarnos con la fuerza sanadora del amor, revolcarnos entre excrementos y vísceras, limpiarnos con aguas sagradas, llevarnos a conocer tierras ignotas, desiertos, oasis, internarnos en el Nilo para descubrir lugares misteriosos y alucinar con los efectos de la absenta.
El personaje principal siente un deseo imperativo de encontrarse a sí mismo saltándose todas las barreras y de aprender para ayudar. Nace en cuna de oro y se encuentra de sopetón con un ser que “no era un animal, quizá tampoco un ser humano, parecía un ángel roto, perdido, ignorado”. Es el inicio de este viaje tortuoso y sorpresivo a finales del siglo XVIII, con el fascinante despliegue de la ciencia médica.
Arriaga confiesa: “La discapacidad es un tema que a mí siempre me ha interesado. (...) Tengo déficit de atención. Es muy duro para quien no lo supera. A mí me costó mucho superar la erosión en la confianza en mí mismo. Llamaron a mis padres y les dijeron que su hijo tenía un IQ apenas por encima del retraso mental y hasta les recomendaron mandarme a una escuela especial. Yo había llegado a cuarto de primaria y no sabía nada, no entendía nada de lo que decían los maestros”. Sufrió bullying y rechazo. La ayuda de sus padres fue decisiva.
Es un contador de historias y tiene todas las herramientas a la mano. No cree en la “pureza del género”. Nunca ha pertenecido a un grupo literario. Ha preferido navegar solo y que su carrera no dependa de un amigo o un favor. Le gusta explorar al ser humano. Le interesa la gente. Se encontró un día con un poeta con síndrome de Down y le propuso hacer un guion y entrevistar a otros con Down. Entre ellos conversaban: “«¿No estás cansado de que te vean como un monstruo?». «Claro que estoy cansado, si somos buenas personas, se asustan los niños con nosotros, nos ven feo, nos tienen miedo y somos tan buenos»”.
Le llevó dos años escribir la novela. No empleó ninguna palabra que no se usara en el siglo XVIII, casi 500 palabras que no existían, como quirófano, consultorio, escalpelo. Buscó las que se usaban, como monstruo, engendro, gnomo: “Tengo que usar las palabras agresivas que se usaban para denominar a las personas con diferencias porque no podemos limpiar cómo se hablaba”. Y se dedicó a escarbar esa curiosidad malsana del ser “normal” por ir a los circos a ver seres deformes, el hombre lobo, la mujer barbada, el joven con piel de cocodrilo, etc., cuando no es capaz de mirarlos de frente si se los encuentra.
Repito una vez más, Guillermo Arriaga rompe esquemas y se atreve. Logra arrastrarnos hasta el final y dejarnos una marca para siempre en el alma. Nadie sale indemne después de leer Extrañas, obra maestra de la literatura donde quiera que la pongan. Arriaga nos inunda con “esa tristeza que tiene su valiente alegría”.