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Dentro de su errático proceder, actuar, gobernar y tomar demasiado café, aunque a veces ni así logre despertarse, Gustavo Petro se la tiene jurada al Valle del Cauca y a Cali. La gobernadora y el alcalde, Dilian Francisca Toro y Alejandro Eder, han cometido la osadía imperdonable de contradecirlo y no pertenecer a la sagrada cofradía de áulicos.
Gustavo Petro habría pasado al pasado como un alcalde mediocre que en algún momento ejerció como mandatario en Bogotá, y hasta ahí la historia, pero el quema-libros del entonces procurador Alejandro Ordóñez, de cuerpo ancho y mente estrecha, áulico de Álvaro Uribe Vélez, decidió destituirlo para tener que restituirlo poco tiempo después. El mal ya estaba hecho.
En esos días, Petro, ni corto ni perezoso, tomó el micrófono y desde el balcón de la Alcaldía inició sus discursos incendiarios, populistas y deshilvanados que agolparon multitudes en la plaza. Estas vitoreaban y aplaudían lugares comunes en sus arengas, como es usual, en lo que se define como “psicología de masas”, que responden, aplauden y vitorean al unísono, aunque no entiendan nada del mensaje.
Ordóñez, ya viudo, decidió entrar en un convento y expurgar sus pecados —quemar libros, por ejemplo— para buscar la redención eterna y asistir a misas con el cura dando la espalda. Se esfumó. De su arrogancia ultraderechista pasó a monje mudo.
Petro ya nunca más soltó el micrófono. Y arenga tras arenga, aunque todas deshilvanadas, fue creciendo, y aquí lo tenemos como el “presidente del Cambio”, sufriendo las consecuencias. Resultado de la pelea de egos entre políticos, nos ganamos la lotería del “enano de yeso”, como se dice coloquialmente (no lo estoy describiendo; cualquier semejanza es pura coincidencia).
Retomo el tema: el Valle y Cali, abandonados por el Gobierno central. El Gran Jefe y sus súbditos —ese gabinete de mediocres e impostores— deben obedecer órdenes tajantes de no entregar presupuesto para la región, ni en materia de seguridad, ni de cultura, ni de salud, ni de nada.
Solo la tenacidad y el compromiso de la gobernadora y el alcalde han permitido que este Valle único y su capital sigan adelante, enfrentando no propiamente molinos de viento, sino recortes presupuestales vergonzosos.
Ciudadanos del Valle, de todos sus municipios y su capital, deberíamos salir a marchar unidos, sin importar ideologías, estratos ni diferencias. Lo que está sucediendo no lo podemos tolerar. Tenemos la obligación de manifestarnos. No más encapuchados. No más bloqueos a las vías. No más abandono a Buenaventura. No más violencia generalizada. No más abusos. No más indiferencia nacida del rencor del inventor de un “Polvo Cósmico” que no se sabe qué es ni para qué sirve. ¡Basta ya!
