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El Mediterráneo se ha convertido en un cementerio de hombres, mujeres y niños. Seres que simplemente buscaban una opción de vida, rechazados por el resto del mundo. No tienen nombre, no le importan a nadie. Hace algunos años me encontré de casualidad en un festival de literatura con una conocida de origen italiano indignada porque “esos inmigrantes pobres y peligrosos” estaban invadiendo la isla de Lampedusa, ese sitio paradisíaco de millonarios y turistas elegantes. “No hay derecho, se están tirando el turismo y el confort, y acabando con la isla”. Quedé atónita sin saber qué responder.
Ya da cosa escuchar la famosa canción de Joan Manuel Serrat: “Nací en el Mediterráneo”. Las palmeras levantinas a lo mejor se convirtieron en testigos mudos de esta tragedia que aumenta y sigue.
Se nos olvida que la humanidad ha sido desde su comienzo —muchos miles de años antes de que el catolicismo inventara la historia de Adán, Eva, la costilla, la fruta y la hoja de parra— una historia de peregrinajes continuos, desplazamientos, emigrantes e inmigrantes. Europa, Asia, las Américas, Oceanía y África son un revuelto de nómadas, invasores y refugiados. Nadie es totalmente autóctono ni de una etnia pura. Que se atreva a alzar mano el purasangre.
Si Jesucristo descendiera de nuevo a la Tierra, quedaría desconcertado. “Amaos los unos a los otros” se convirtió en “mataos los unos a los otros” y el que gana ostenta el poder y la riqueza. Pero me estoy desviando…
En este universo feroz los pobres sobran y huelen feo. Los inmigrantes son un peligro. Se nos olvida que Estados Unidos fue colonizado por irlandeses y holandeses que se morían de hambre y españoles aventureros y rapaces. Australia se “civilizó” con exconvictos. En África, la cuna de la humanidad, blancos perniciosos agarraron a millones de seres y los sacaron encadenados de sus países como esclavos sin alma y sin derechos. Y América Latina, ni hablar. Chilenos y argentinos descienden de los barcos; Ecuador, Colombia, Perú y Bolivia son una mezcla de todo: piratas, esclavos, indígenas, corsarios ingleses y faltan ingredientes para el sancocho.
Estamos a punto de exterminarnos, afortunadamente. No supimos entender ni agradecer ni cuidar este planeta. Fuimos la más grande equivocación del Creador, su animal más depredador, monstruos deseosos de sangre y poder, inmisericordes con los más vulnerables, ávidos de riqueza y bienes materiales a costa del que sea y como sea, atascados en el odio, la envidia y el rencor.
Mediterráneo, cementerio de agua. Si sus olas en tristes orillas pudieran hablar, si sus espumas nos contaran la historia de cada uno de los náufragos que embarcaron llenos de esperanza y ahogaron sus dolores en el fondo del mar.
