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Pareciera que la crisis españolase está convirtiendo en un callejón sin salida.
Una cosa es leer las noticias a través de los medios, estando en Colombia, y otra escuchar en vivo y en directo lo que está realmente pasando. Pasearse por Serrano o Velázquez y ver que los almacenes, generalmente en esta época, finales de primavera, siempre abarrotados, están prácticamente vacíos. Mirar hacia las ventanas de los edificios y encontrarse cada 50 metros con avisos de “se arrienda o se vende”. Asistir a una corrida de San Isidro en Las Ventas y ver la plaza a reventar, pero de turistas, porque los abonados de años han devuelto sus abonos o los han entregado a la reventa.
Tuve la oportunidad de conocer y dialogar con uno de los jueces más verticales de Madrid, amigo y compañero de Baltasar Garzón, y escuchar de sus labios toda la corrupción de los banqueros, el engaño absoluto a los usuarios, las trampas vergonzosas para retener las pensiones de los jubilados y disponer de esos ahorros, fruto del trabajo de toda una vida, a su antojo, encerrando España en un “corralito” del cual todavía nadie habla sino en voz baja para que no estalle el pánico.
Sentir la rabia sorda, todavía callada, pero a punto de explotar, no sólo de los menos favorecidos, sino de los jóvenes profesionales que se han quedado sin empleo y sin ninguna posibilidad de tenerlo a corto plazo. Ver familias enteras que han tenido que regresar a la casa de sus padres y arrimarse para poder sobrevivir con las pensiones de éstos. Hablar con uno de los empresarios más importantes y prestigiosos de Andalucía, y sentir esa frustración indefinible al escucharle que los bancos lo estrangularon de tal forma, que de ocho mil empleados que dependían de sus empresas, se vio forzado a reducirse a 800.
Todo esto mientras la banca hace de las suyas. Y todavía no ruedan cabezas. Los jueces se han convertido en el coco de los funcionarios, de muchos empresarios corruptos y de la misma banca. En ellos está la esperanza de que se destapen las ollas, que más que podridas, ya están en estado de descomposición total.
Inimaginable el grado de corrupción de este país. Prácticamente ningún ayuntamiento, ni ninguna comunidad autónoma, manejó con ética y honestidad los recursos. Pueblos de 5.000 habitantes con aeropuertos internacionales vacíos. Polideportivos de millones de euros en caseríos despoblados. Edificios y casas en fila que se saltaron todas las normas, acabando con la ecología, los montes y las costas, que se yerguen fantasmales porque no las habita nadie.
Sin embargo, poco a poco, esos jueces incorruptibles, que arriesgando sus vidas están escarbando, recogiendo documentos y pruebas, avanzan lentos pero seguros hacia el destape total, esta vez no de tetas como cuando murió Franco, sino de toda la podredumbre de una clase política y dirigente que se creyó intocable.
¿Aguantará el pueblo hasta que se descubra toda la trama? Esta es la gran pregunta y el gran temor de que algo gordo y violento empiece a suceder. Lo único cierto es que el pueblo español no está dispuesto a esperar eternamente. Muchas cabezas van a rodar.
