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Estatuafobia

Aura Lucía Mera

13 de julio de 2021 - 12:30 a. m.

Esta palabra ya pertenece al sistema actual. Sorpresa para muchos, protestas de otros, defensa de algunos, debates interminables tratando de inventar la cuadratura del círculo porque no llevan a nada.

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Los defensores de las estatuas, cuya desaparición se está estrenando en América, son ya de muy vieja data en otros países. Aducen que se olvida la historia si se derrumba al “heroe”. Es falso. Alemania no tiene ninguna estatua de Hitler o Himmler y, sin embargo, jamás se olvidará el holocausto de millones y millones de seres humanos. Alemania honra a las víctimas con el Memorial del Holocausto.

En España han caído todas las estatuas del dictador Francisco Franco y se han cambiado los nombres de las calles de los victimarios falangistas, y ningún español olvidará esa guerra y ese régimen de terror que reinó durante años. Su tumba la sacaron del Valle de los Caídos, el monumento fascista por excelencia, y se convertirá en el reino de la memoria de una sociedad democrática que no olvida.

En Italia desaparecieron las de Mussolini y Montanelli, el periodista del fascismo. Lo mismo sucedió con la del rey Leopoldo de Bélgica, la de Rodhes en Sudáfrica, la del zar Alejandro III de Rusia, la de Stalin en Budapest, la de Jean-Baptiste Colbert —áulico de Luis XVI—, Sadam Hussein en Bagdad —con la ayuda de las tropas de EE. UU.—, Lenin, Engels y Marx, que han corrido la misma suerte.

Les tocó el turno ahora a los esclavistas. En Bristol hace poco fue derribado y tirado al río Edward Colston, traficante de más de 80.000 esclavos. En Richmond y Virginia, Colón desapareció. A las reinas Victoria e Isabel las tumbaron en Canadá, una se fue con todo y trono de espaldas y la otra de cara al suelo. Belalcázar acaba de caer en Cali.

Se reescribe la historia. Ahora será en homenaje a las víctimas y no a los vencedores y victimarios. Walter Benjamin decía: “No hay ningún monumento civilizatorio que no sea al mismo tiempo un monumento de barbarie”.

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La historia no desaparecerá. “Se construye una nueva asumiendo el pasado como base de empoderamiento con el presente por parte de los oprimidos” y a los “derrumbados” deberían reunirlos a todos en algún lugar para exhibirlos con sus historias verdaderas y sin máscaras: cómo fueron y qué hicieron”.

Pienso que solo deberían “estatuar” a los artistas, los poetas, los escritores, los pintores, los escultores, los científicos. Ellos son y serán eternos. Da Vinci, Miguel Ángel, Mozart, Chopin, Beethoven, Cervantes, Allan Poe, Emily Dickinson, Kafka, Julio Verne, Hans Christian Andersen, Hemingway, Borges, Joyce, Pessoa, Shakespeare, los hermanos Grimm, García Lorca, Miguel de Unamuno, Sartre, Goya, Velásquez, Rembrandt... para nombrar solo algunos que ya tienen su monumento y nadie pensaría en tocarlos.

A nivel nacional tenemos a Botero, Grau, Obregón, Luis Carlos Arenas, Betancourt, Doris Salcedo, Ramírez Villamizar, García Márquez, José Eustasio Rivera, Jorge Isaacs, Rafael Pombo, José Asunción Silva, Gregorio Vázquez de Arce, Andrés de Santamaría, José María Samper, Ramón Gómez Méndez, Candelario Obeso.

Tenemos que reconocer que fue a raíz de la Independencia que iniciamos un proceso de identidad y de expresiones artísticas propias, pues las nativas habían sido borradas o ignoradas durante el Descubrimiento y la Colonia.

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Tenemos la oportunidad ahora, y esto corresponde a las nuevas generaciones, de escribir una nueva historia: la propia, la de nuestros orígenes y nuestras raíces, las verdaderas, dignificando nuestras etnias, la cultura afrocolombiana que empieza a surgir y ser respetada. No más héroes de pies de barro, esclavistas y saqueadores. Somos un país en formación y debemos reconocernos como somos. Y repito, las estatuas y los monumentos son para los artistas. Todos aquellos que nos han aportado cultura y valores enriquecedores.

Posdata. Reconozco mi “estatuafobia” de políticos de cualquier ideología, de “conquistadores“, de esclavistas, de dictadores. Me fascina verlos caer. En Colombia apenas estamos empezando a abrir los ojos, pero algo es algo. Ojalá el Ministerio de Educación inicie de nuevo las clases de la verdadera historia.

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