Pasado mañana terminamos oficialmente un año y se inicia un nuevo ciclo, cambiaremos la fecha de 2020 a 2021. Empezaremos a hablar de “el año pasado” y “estrenaremos otro”. Todo cuando los relojes en diferentes hemisferios del planeta lleven su puntero a las 12 de la noche. Un segundo y, ¡suaz!, damos el salto, aplausos, lloriqueos, codazos, embozalados y temerosos o con la boca abierta esparciendo aerosoles.
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Al virus le importa un pito lo de las 12 campanadas y las explosiones de pólvora prohibida, este sigue tan campante. También estrena año, empieza a mutar y brinda y vuela como las luces de bengala y aquellas que parecen globos multicolores.
El planeta o, mejor dicho, los humanos no aprendimos la lección. De nada sirvieron los confinamientos, las tranqueras, las prohibiciones. Ganaron el comercio y el consumo. No fuimos capaces de cambiar ni por dentro ni por fuera. Impedimos a la naturaleza reponerse de tanto veneno y tanta intoxicación, apenas dieron “la largada”, en un abrir y cerrar de ojos las calles se vieron de nuevo abarrotadas de automóviles, motos y tractomulas, hombres, mujeres y niños se lanzaron en masa fuera de sus casas. Los mendigos, los informales, los que exhiben sus hijos entre semáforo y semáforo regresaron a sus puestos de trabajo, como si no estuviera pasando nada. Volvieron a rugir los aviones abarrotados de pasajeros. El transporte masivo repleto, los centros comerciales a reventar, a codazo limpio para entrar y comprar, comprar, comprar.
Todos envueltos en el mismo torbellino absurdo de rencores, mentiras, espionajes, trapisondas, componendas, mientras el mundo, el universo, el cosmos siguen girando indiferentes a nuestra locura colectiva. Ya incluso, aunque suene grotesco decirlo, nos acostumbramos a “los muertos por COVID”. De malas. Así como festejamos que en los dos días de Navidad “apenas hubo 50 muertos por violencia”, “la cifra más baja en años”. Poca sangre.
La política nacional también seguirá en la misma noria, dando círculos y círculos, y así pasarán otros 365 días, porque es un hecho que entre más vueltas demos más vueltas damos. La ultraderecha contra los que se atreven a pensar diferente, los grandes hacendados contra los campesinos, los corruptos defendiendo su inocencia, los resentidos atacando lo que encuentren a su paso, los gamonales y politiqueros planeando a quién se unen para seguir con sus contratos, los congresistas insultándose. Y el planeta, el universo, el cosmos, girando indiferentes.
Se nos olvida que vivimos en eterno presente, que el pasado y el futuro son fantasías de la mente, que los relojes son un invento. Se nos olvida que somos pasajeros momentáneos del gran engranaje cósmico y seguimos pretendiendo que “somos” los reyes. Olvidamos la compasión, la ternura, la honestidad, la humildad, el amor, la ética, el respeto. Las cosas que no salen a la bolsa de valores porque no tienen precio, pero son nuestra esencia.
Miro las ceibas del Valle, los samanes altivos, bellos y armónicos. Trato de imaginarme cómo nos ven, qué vergüenza, como hormigas desorientadas, corriendo sin saber para dónde, enloquecidas. Ellas, las ceibas; ellos, los samanes, seguirán ahí, altivos y majestuosos cuando nosotros ya estemos en una cajita vueltos ceniza o enterrados bajo esa tierra que tanto maltratamos.
Posdata. Felicitaciones de corazón a los periodistas independientes. A los periódicos que han sabido luchar para sobrevivir, a sus directores. A todos los medios de comunicación que no se dejan amedrentar, a todos los que sí están poniendo su granito de arena para lograr la paz. Felices 24 horas. ¡Se hace camino al andar!