Fabricando princesas

Aura Lucía Mera
15 de noviembre de 2022 - 05:30 a. m.

Labios enormes, ojos sin mirada, mentones partidos, frentes inmóviles, rostros rígidos. Pareciera que en busca de la eterna juventud no existen límites.

En Cali, cerca de un conocido centro comercial, una gran vitrina anuncia: “Hacemos princesas”. No podía dar crédito. Me acerqué y, efectivamente, esa es la promesa del equipo de cirugía plástica. Rejuvenecimiento facial, rinoplastia, reducción de mejillas, reducción de orejas, mamoplastia, mastopexia, cirugía de genitales, lifting de muslos, lifting de brazos, mentoplastia, liposucción, lipoescultura, cirugía de párpados, aumento de glúteos, ginecomastia... Entré en Google. Los comentarios de las princesas son de total adoración y agradecimiento hacia el director, el hacedor de esos milagros estéticos. Mensajes de Costa Rica, Argentina, Panamá y ciudades y pueblos colombianos. No entro a discutir la idoneidad del cirujano dueño de la clínica. Voy más allá, porque el asunto me parece más complejo.

En alguna ocasión le pregunté a un neurólogo por qué me impresionaban tanto las cirugías de la cara. Infladas, estiradas o con esas bocas rellenas sin poder sonreír de verdad ni mucho menos estallar en una buena carcajada. Me respondió que lo último en la evolución humana fueron las diferentes expresiones de la cara: angustia, rabia, malicia, bondad, tristeza, asombro, amor, emociones expresadas con gestos faciales. Al rellenarlas con Botox, un paralizante, la piel queda rígida como una máscara, incapaz de transmitir lo que esta está sintiendo. Entendí.

Después de la cara llegó la moda de los senos. De la mano de la narcocultura se impuso la creencia de que sin tetas no hay paraíso y las mujeres —jovencitas y maduritas— empezaron a mostrar un tetamen impresionante, unas redondeces a veces saliendo directamente de la garganta, naturalmente ceñidas en blusas de leopardo o tigre. Un psicólogo afirma que las mujeres entre los 18 y 35 años sienten la necesidad de “estar preparadas, porque el mercado masculino está muy competitivo para conseguir al hombre de su vida”. En otro estudio gluteofenomenológico aparece que “la cola levantada, redonda y grande se convirtió en el símbolo de la belleza incuestionable. Aumenta la autoestima y muchas se sienten fuera de mercado si no mejoran su cuerpo, sobre todo el trasero”. Colas gigantes que salen desde los riñones, desproporcionadas, sin coincidir con la estatura ni las demás partes del cuerpo. Los “machos” solo concentran su mirada en el trasero voluminoso.

Muchas mujeres mueren o quedan deformadas para siempre, pero las cirugías de cara, culo o tetas siguen imparables. Los cirujanos de garaje ofrecen combos con rebajas, inflan glúteos ajenos y billeteras propias. Nada parece detener esta ola de globalización estética. Los hombres no se escapan. Un tórax como el de Tarzán, implantes de dientes o bíceps de luchador. No sé si se alargan o ensanchan sus partes íntimas porque no me consta, pero qué tal que llegue la moda de los “huevos gigantes”. Ya nada sorprende ni es imposible, la distopía se volvió realidad. El complejo de inferioridad, la baja autoestima y la poca cultura son los disparadores de estas barbaridades a las que hombres y mujeres están dispuestos a someterse para lograr aceptación, alguna relación y el propósito enfermizo de cambiarse para sentirse mejor.

El cambio climático, la posible guerra nuclear, las inundaciones, las sequías o el hambre, nada importa si se tiene un par de tetas como globos y otro globo gigante en la retaguardia. “Así estamos, Pedro, y tú cortando orejas” (Jesús a Pedro). Me pregunto: ¿nadie quiere hacerse la cirugía del alma?

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