Ayer lunes se cumplieron tres años de la partida de Alfredo Molano Bravo. Pocos días después de haber terminado la quimioterapia feroz, las radiaciones, las cirugías. Se sentía renacer y viajó a Honda con Gladys, su compañera de vida, a descansar para iniciar de nuevo su caminar en la Comisión de la Verdad. El gurú o sabio de la tribu, como cariñosamente lo llamaba el padre Francisco de Roux. Pero la muerte le tenía otros planes. Tuvieron que retornar a Bogotá de urgencia y su corazón, ese corazón entregado a los más olvidados y vulnerables, se detuvo para siempre.
La noticia me llegó como una descarga eléctrica. Sus últimos chats...
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