Publicidad

“Flashback”

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Aura Lucía Mera
13 de septiembre de 2022 - 05:30 a. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Su última foto, ya encorvada. Sus manos extrañamente oscuras. Sin embargo, su boca de rojo intenso y esa sonrisa amable, distante y misteriosa. Alucino. El tartán de su falda. Mi falda, la preferida en Londres en el internado, gris de rayas rojas, la que me ponía cuando teníamos salida. Recuerdo otras, verde y negra, roja y negra, pero la elegante era la gris. Igualita a la que usó antes de morir.

Me atropellan los recuerdos de aquellos tiempos. Corren para atrás como esas cintas de casetes ya en desuso. Años 60. Varias amigas recién graduadas y con ganas de comernos el mundo viajamos en patota a Londres, internas en El Sagrado Corazón. De Cali a West Hill. Del trópico al helaje gris de la capital inglesa. Pleno octubre. El sol jamás volvió a salir, ingresamos a la niebla, la bruma, el high tea en vez de pandebono caliente. Equitación en Hyde Park, visitas a todos los museos y galerías de arte, ópera y teatro. Recuerdo My Fair Lady con Julie Andrews y Rex Harrison, los de verdad.

Aprender sin chistar a comer repollitas de bruselas, coliflor, roast beef medio crudo y una vaina insípida llamada Wimpy, porque no existían hamburguesas (eso era american and ordinary). Por primera vez entrar a cine para adultos y salir escandalizadas después de ver El amante de Lady Chatterley, pensamos confesarnos, pero tampoco. Aprender a coger el metro o subway y no morir en el intento. Unos ascensores gigantes de rejas nos bajaban apelotonados hasta el centro de la Tierra y había que esperar a que un gusano gris llegara como una tromba y parara en seco, para saltar como rin rin renacuajo y permanecer espichada hasta bajarse en la estación que era. Recuerdo una amigota que se equivocó y llegó al colegio horas después despavorida y llorando, contándonos que “habían llegado los rusos” (rush hour, hora pico). Tenaz.

Ir a Westminster Abbey, a Hampton Court con sus fantasmas, apelotonarnos en la reja de Buckingham a ver el cambio de guardia para comprobar que esos seres de gorros negros y trajes rojos no eran de madera, sino seres humanos que estaban siempre como en el juego de OA (sin moverse, sin reírse, sin hablar y sin cambiar de pie). Les hacíamos muecas, pero nunca reaccionaron.

Estudiar y estudiar inglés hasta aprobar el Proficiency, fumar en el common room sin que nadie nos regañara los famosos Peter Stuyvesant, caminar por Soho que era el lugar peligroso, meterse a Harrods a mirar porque no había plata para comprar.

Londres prácticamente de posguerra. No entendíamos muy bien por qué era la primera vez que algunas compañeras alemanas se juntaban con otras holandesas o belgas y veían que podían ser amigas. Pero sí recuerdo a la madre superiora decirnos y recalcarnos cómo se notaba que nosotras las latinas no habíamos pasado por una guerra. Se me incrustó en el cerebro esa afirmación.

La reina Isabel fue para mi generación parte del inventario de nuestra formación. Las faldas escocesas, los collares de perlas de dos vueltas, las pañoletas en la cabeza, los modales en la mesa (aprender a subir las arvejas en el tenedor volteado al revés y con la mano izquierda), que heredamos y nos heredaron toda una vida.

Con su muerte no solo acaba de morir un imperio, muere una época. Digna, inteligente, supo afrontar años tremendos y vio cómo su propia familia se diluía entre escándalos y rencores. Todo se evaporará con su ausencia.

“Suene por ti, interminable, un vals / Suenen por ti incansables violines / Suene una orquesta en el salón enorme / Suenen tus huesos celebrando tu espíritu” (Juan Luis Panero).

Conoce más

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.