Asisto al Hay Festival Cartagena desde su primera edición. Todos los años es lo mismo… malas lenguas, fake news, iletrados o enemigos de las palabras siempre riegan el bulo o la bola de que es una “cosa elitista” y que los pobres no tienen acceso a los conversatorios. Como vivimos en un mundo globalizado y los idiomas también lo están, respondo: ¡bullshit! Es falso…
Al Hay no solo pueden asistir amantes de las palabras de todos los estratos, sino que los escritores van a los barrios marginados. Existen facilidades para estudiantes de todo el país. Hay para todos los gustos, edades, profesiones, obsesiones y aberraciones. Son días para internarse en la palabra escrita, escuchar autores, escoger temas, desconectarse de la Colombia politiquera, sin rumbo, sin pies ni cabeza, donde el común denominador es la polarización de “buenos contra malos” y no salimos de esa noria viciosa y repugnante.
El Hay permite de nuevo mirar más allá de nuestras narices. Divisar otros horizontes. Saber que el mundo es amplio. Conocer y asimilar ideas diferentes y salir, salir, salir y respirar otro aire. Desconectarse de los noticieros, del machismo de Hollman, del escándalo de los intocables, de los asesinatos de los elenos, de las cortinas de humo, de toda esa podredumbre diaria que nos salpica y nos infecta. Ese provincialismo de este país que no puede o no le da la gana remontarse y sacudirse de atavismos, rencores, resentimientos y mezquindades.
Hay para todos. Niños, adultos, viejos, pobres, ricos. Y no hay que hacer nada si no queremos. Podemos quedarnos echados junto al mar descifrando sus mensajes y escuchando su música sin asistir a nada. O pretender que asistimos a todo y tenemos el don de la ubicuidad del espíritu santo, que aunque está en todas partes nadie lo puede ver, y en los cocteles nocturnos hablar y discutir con la propiedad de un letrado y conocedor de todos los temas. ¡Echar carreta!
Hay diversión y diversidad... lagartos tratando de que les den “acreditación”. Socialites que jamás han pasado de Jet-Set analizando literatura profunda. Mochileros sabios con una capacidad de análisis y pasión por las letras envidiables. Adultos mayores que se quedan profundos y no entienden nada, pero se niegan rotundamente a ponerse los audífonos de traducción simultánea por el “qué dirán”, aunque el conversatorio sea en japonés. Tacones filudos como agujas intentando llevar a sus propietarias por las calles irregulares, sin que se les tuerza el tobillo. Guayaberas de lino blanco a la lata y blusones de algodón que flotan con la brisa vespertina. Gafas de sol estilo Jackie, sombreros Panamá y foulards de seda.
Todo alrededor de la palabra… Camaradería. Abrazos anuales. Reencuentros deliciosos. El Hay del Corralito de Piedra tiene un duende que hipnotiza. ¡Ya casi arranca! ¡Qué ilusión!
Mi escritora favorita este año no viene del exterior. Es Piedad Bonnett. Su último libro, Donde nadie me espere, es un recorrido por lo más íntimo del dolor, la nostalgia, el amor y el reencuentro del ser humano consigo mismo. Lo he leído varias veces. Lo tengo subrayado y retorcido. Cada vez me descubre más facetas… Aprendo y comprendo. Una joya literaria. Deja huella y marca. ¡Quiero escucharla!
P.D. Manuel Vilas… ¡Qué poeta, por Dios! ¡Qué escritor! Muero por verlo de cerca. Despiadado consigo mismo. Implacable. Cáustico. Honesto consigo mismo y por lo tanto humano. Pienso perseguirlo y preguntarle muchas cosas. ¡Mente-demente-brillante!