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Heridas que no cierran

Aura Lucía Mera

14 de octubre de 2025 - 12:05 a. m.
“Armero es una herida que no cierra. Olvidada por todos y para todos. Jamás se condenó ni se juzgó a nadie”: Aura Lucía Mera.

“Cuatro décadas después, todavía es difícil saber qué es más desalentador: si el hecho de que la tragedia fue anunciada, o el pillaje de los vándalos y la desfachatez de los impostores; si la desidia del Estado, que dejó a muchas víctimas esperando, o la tristeza de los padres que claman por saber si sus hijos están vivos o muertos; si la presunta corrupción, o las inmensas dificultades para hacer memoria. Cuarenta años y cuarenta historias después —de miles por contar—, lo cierto es que Armero es un pueblo fantasma cuyo recuerdo late en los corazones de quienes siguen buscando respuestas”.

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El libro de Mario Villalobos Osorio, uno de los mejores periodistas colombianos, autor de Confesiones de una bruja y El legado de la bruja, tres veces ganador del premio Simón Bolívar y del Nacional de Periodismo de la Sociedad Colombiana de Prensa, nos devuelve a la memoria esa tragedia que jamás debió suceder. Un pueblo sepultado por el lodo, arrasado, esfumado, pero todavía vivo en el recuerdo de Leopoldo Guevara.

Leopoldo tenía 46 años. Era socio de una empresa de fumigación y voluntario de la Defensa Civil de Venadillo. Ese 13 de noviembre llegó a Armero angustiado. No era normal: ceniza, arena, flujos piroclásticos, olor a azufre. Una tragedia en ciernes, la muerte a la vista. Hizo llamadas al Gobierno Central, a los noticieros. Nadie lo tomó en serio. Esa noche, Armero desapareció.

“Lo que vi todavía me produce un corrientazo. Era como un mar inmenso de color marrón difuminado, de donde salían destrozadas las copas de los árboles. Parecía todo como una gelatina que se bamboleaba, que producía un ruido como el que hacen los sifones cuando les echan bicarbonato. Una cosa espantosa”.

Gustavo Álvarez Gardeazábal alertaba en sus artículos sobre la amenaza que se cernía sobre Armero si el Ruiz erupcionaba, porque una roca estaba taponando una quebrada que podría provocar una avalancha de consecuencias inimaginables. Su libro Los sordos ya no hablan trata sobre este tema. El 13 de noviembre está invitado a Chinchiná para la conmemoración de los 40 años de este horror. Recuerdo también los artículos de Fernando Garavito (Juan Mosca). Nadie les prestó atención.

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Armero es una herida que no cierra. Olvidada por todos y para todos. Jamás se condenó ni se juzgó a nadie. Los niños desaparecidos que quedaron vivos también desaparecieron. Los vaqueros llevan a pastar el ganado al cementerio: “Allí los animales se alimentan mejor, porque ncuentran las vitaminas de los finados”.

Colombia, país de heridas que nunca cierran. El Palacio de Justicia, los cadáveres de La Escombrera en Medellín, los miles de desaparecidos por el militarismo, el “Ubérrimo” intocable, los asesinatos de líderes sociales, los pueblos dominados por guerrilleros o narcotraficantes, los magnicidios, la impunidad rampante, la corrupción, el desamparo. No existen cicatrices. Simplemente no cierran. Siguen abiertas.

¿Algún día sanarán?

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