Dos mujeres. Premios nobel de Literatura. Víctimas de persecución y amenazas por sus libros. Exiladas. Ambas viven en Alemania. Herta Müller, rumana. Svetlana Alexiévich, ucraniana y bielorrusa.
Las escuché en Cartagena, en el Hay Festival. Sus testimonios son estremecedores. Sus libros, también. No hay retórica ni adornos. No existe la ficción. La realidad es el verdadero infierno. Lo sigue siendo. De nuevo lo estamos viviendo. El infierno de los regímenes autoritarios sin importar su ideología. Porque todos tienen la misma meta, perpetuarse en el poder y aniquilar a los que piensan diferente.
Basta mirar las imágenes de la invasión a Ucrania. Svetlana, de padre bielorruso y madre ucraniana, comparte: “Las ideas que se les están inculcando a los soldados rusos, a la población rusa, son ideas incluso más terribles que la naturalidad de la guerra, sobre las cuales escuché mucho. (...) Esto es mucho más aterrador que lo que me dijeron sobre la Segunda Guerra Mundial. (...) Espero que la razón siga prevaleciendo, a pesar de que Putin da la impresión de una persona que habla completamente sin pensar sobre las armas nucleares, los asusta. Estas son las palabras de un loco, por supuesto. Pero el mundo no puede depender de un loco. Debemos hacer algo, todos los políticos deben hacer algo, la gente común debe hacer algo. (...) Ya no tenemos independencia (en Bielorrusia) y también somos un país agresor. Ya sabes, es muy vergonzoso y aterrador”.
En 2015 había dicho: “Respeto el mundo ruso de la literatura y la ciencia, pero no el mundo ruso de Stalin y Putin”.
“Reconstruyo la historia de la gente que quiso construir el Reino de los Cielos en la tierra. ¡El Paraíso! ¡La Ciudad del Sol! Al final, lo único que quedó fue un mar de sangre, millones de vidas humanas en ruinas”.
Herta Müller reflexiona: “En las dictaduras todo está muy desnudo. Uno ve todo lo que no debe ver o aquello que en otras sociedades no está a la vista con tanta nitidez”.
“Les temo a las palabras, pues requieren mucha precisión y con ellas toco cicatrices que estarán conmigo para siempre”.
“La historia, ¿qué es la historia? Hoy, casi a diario, vivimos cosas sobrecogedoras en todo el mundo, y a veces pienso, que eso también algún día pasará a llamarse historia. ¿Pero quién interpretará todo esto y de qué manera? (...) Cada parte tiene una perspectiva completamente distinta, a veces es tergiversadora, falsifica los hechos, otras veces es cierta. La mentira histórica, la negación de un crimen, es tan común. Cuando se trata de grandes crímenes, en la mayoría de los casos se niegan después. (...) Siempre me he preguntado por qué funcionan sistemas en los que se degrada, destroza y aniquila al ser humano. Y por lo visto, funcionan tanto mejor cuanto más potencial destructivo desarrollan”.
“Casi nunca lloro. No soy más fuerte que los de los ojos húmedos, sino más débil. Ellos se atreven. Cuando no eres más que piel y huesos, los sentimientos son más valientes”.
Ojalá todos leyeran libros de Herta Müller: En tierras bajas, La bestia en el corazón. Y de Svetlana Alexiévich: Últimos testigos, La guerra no tiene rostro de mujer, Los muchachos de zinc. Ojalá reflexionáramos sobre todo lo que está en juego para nosotros, nuestro futuro, nuestra historia ya con suficiente sangre derramada. ¿Qué tipo de país queremos? ¿A qué queremos jugar? “¿A vivir en ciudades impregnadas de vacío?”. “¿Creer siempre que va a llegar alguien y luego ver que anochece y ya sabes que es demasiado tarde para esa visita salvadora?”.