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Hijos de mil padres

Aura Lucía Mera

30 de diciembre de 2025 - 12:05 a. m.

Y madres, porque hasta el momento, que yo sepa, se necesitan dos: macho y hembra, la semillita y la florecita. Nadie llega a este mundo por generación espontánea, así como caído del totumo (aunque muchos sí lo parezcan). No me voy a remontar a los chimpancés ni al primer pez-anfibio, ni mucho menos a mencionar a Adán y Eva, el invento más terrorífico de la religión católica. No solo esta pareja se comió la manzana podrida: tuvieron que avergonzarse de sus vergüenzas, tener dos hijos, uno asesino y el otro incestuoso, para que todos heredáramos un pecado original.

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Resulta que los que hemos triunfado por llegar de primeros en la lucha de millones de espermatozoides que quieren conquistar el óvulo en el momento indicado somos ya el resultado único e intransferible de: dos padres, cuatro abuelos, ocho bisabuelos, dieciséis tatarabuelos, sesenta y cuatro pentabuelos, ciento veintiocho hexabuelos, doscientos cincuenta y seis heptabuelos, quinientos doce octabuelos, mil veinticuatro eneabuelos y dos mil cuarenta y ocho decabuelos. En nuestras últimas once generaciones tenemos la módica suma de cuatro mil noventa y seis ancestros.

¿Quiénes fueron? Campesinos, piratas, profesores, modistas, prostitutas, actrices, religiosos, papas, conquistadores, asesinos, mendigos, marineros, militares, monjas, empresarios, cantantes, institutrices, mujeres rebeldes, hombres crueles, gente sana, enferma, generosa, tacaña, tuberculosa, hipocondríaca, esquizofrénica, médicos, bailarines de circo, domadores de tigres.

¿Se amaron? ¿Se unieron por poder? ¿Obligados por un embarazo? ¿Fueron un amor furtivo fruto del deseo? ¿De una violación? ¿Eran violentos? ¿Fieles? ¿Promiscuos? ¿Ateos? ¿Caníbales? ¿Chamanes? ¿Exploradores? ¿Bastardos? ¿Abandonados? ¿De diferentes razas? ¿Emigrantes? ¿Desplazados? ¿Asiáticos? ¿Africanos? ¿Indígenas? ¿Indios? ¿Mongoles? ¿Europeos? ¿Caucásicos? ¿Altos? ¿Bajos? ¿Pelinegros? ¿Pelirrojos? ¿Pelisos? ¿Albinos?

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Todo es posible en la viña del Señor. Somos el resultado de una amalgama de sangres, temperamentos, defectos, cualidades, adicciones, aficiones, instintos reptilianos y habilidades artísticas, emociones negativas y positivas, amor, ternura, rencores, complejos, sueños misteriosos, “déjà vus”, reacciones inesperadas, amistades y enemistades sin saber su origen.

Eso de “conócete a ti mismo” cada vez me suena más a frase manida de autoayuda. No tenemos ni idea de cuántos genes tenemos enredados, entrelazados, agazapados, indescifrables.

Esto de ser descendiente de dos mil cuarenta y ocho decabuelos me produce una sensación de libertad infinita. Ser descendiente de miles de padres y madres, llegar a este planeta azul, tener hijos, nietos, que a su vez continuarán esta cadena infinita de tener el privilegio de vivir un instante en el cosmos. Ver lunas y soles, conocer el mar, sentir saudades repentinas, amar, llorar, acariciar una flor, abrazar el tronco de una ceiba, sentir compasión.

Les dejo esta columna como regalo de este año que acaba, con la esperanza de ayudar al que llega. Si cada uno, uno por uno, se propone cambiar en algo, lograremos vivir un poco más en armonía. Cada uno de nosotros es único e irrepetible.

P. D. Me encantaría tener un ancestro nacido en un barco pirata, arrullado por las olas y enamorado de la luna. Feliz 2026.

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