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Homenajes tardíos

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Aura Lucía Mera
08 de septiembre de 2015 - 04:00 a. m.
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SI NO FUESE TAN TRISTE, ME HAbría dado risa leer la cantidad de homenajes que han escrito sobre Nereo López a raíz de su muerte en Nueva York.

Artículos, reportajes viejos, refritos, alabanzas... cualquier cantidad de babosadas póstumas cuando la verdad fue que Nereo tuvo que irse a buscar el pan porque aquí en Colombia se estaba muriendo de hambre.

Ninguna entidad, universidad, academia, instituto o editorial quiso ayudarlo cuando su Escuela de Fotografía estaba en apuros económicos y su única opción era morir de hambre, suicidarse o aceptar un pasaje para largarse de Colombia y ser uno más de los millones que recurren a la Gran Manzana para sobrevivir, triunfar o morir anónimamente, como tantos seres solitarios y geniales a los cuales se les cerraron las puertas.

Nereo decidió dejar la obra de su vida al cuidado del Banco de la República y largarse, desencantado, con sus ojos, color agua transparente, teñidos de una tristeza infinita, y con el alma rota.

Lo digo porque me consta: fui testigo de todas las puertas que tocó sin recibir respuesta; de todos los noes que recibió; del desinterés de los encargados de la cultura del momento y de la ceguera, egoísta, estúpida y crónica de este país que ni valora —ni reconoce— a esos seres dotados del genio, el duende, el arte.

Seres irrepetibles, como Jorge Isaacs, quien maldijo su origen y la indiferencia de los suyos, o José Asunción Silva, Antonio Nariño, León de Greiff y, me atrevería a decir, el propio García Márquez si no hubiese ganado el Nobel. ¿Cuántos colombianos habían leído La hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba, Isabel viendo llover en Macondo o sus reportajes?

Recuerdo que estaba viviendo en Quito y tenía una librería, El Toro Rojo, cuando salió la primera edición de Cien años de soledad, editada por Suramericana en Argentina. Viajé a Cali y le compré cien ejemplares de contado a Jesús Ordóñez en su Librería Nacional. Se mostró sorprendido de que alguien hiciera una apuesta tan concreta por un libro que acababa de salir. Después nos reímos de esta anécdota.

Vuelvo a Nereo. Recuerdo cuando en Círculo de Lectores editamos un libro titulado Los herederos del mañana, con prólogo de Germán Arciniegas, donde, en blanco y negro, plasmaba las imágenes de esos niños jugando, o mirando, o recogiendo desperdicios y destinados, sin saberlo, a un no futuro en esta sociedad inequitativa y miserable.

Recuerdo cuando le pedí que me acompañara a Estocolmo como fotógrafo oficial para registrar la entrega del Nobel a García Márquez, secundado por el fotógrafo caleño Hernando Guerrero, en ese entonces funcionario de Colcultura.

Al regreso editamos el libro De Aracataca a Estocolmo, testimonio fotográfico con textos de Álvaro Mutis, Gonzalo Mallarino, Alfonso Fuenmayor, Eligio García Márquez, Álvaro Castaño Castillo, entre otros, el único registro que se tiene del viaje y la ceremonia, diagramado impecablemente por María Cristina Palau. Una verdadera joya literaria y fotográfica que también se perdió en el olvido pues Colcultura jamás se ocupó de su reedición ni de hacer nada al respecto. Ojalá la muerte del “viejo Nere” sirva para recuperar, a través del archivo, estas fotos y editar de nuevo este documento incunable. Ojalá que editoriales saquen a la luz libros sobre su obra, que Colombia se entere, al fin, aunque ya sus cenizas estén esparcidas en ese Caribe amado, quién fue ese genio del lente, ese hombre que nos dejó plasmada nuestra historia y que siempre nos contagió de su alegría y su berraquera. Espléndido en la amistad.

¡Triste saber que esa chispa de luz ya no vuelva a alumbrar! Viejo Nere, amigo del alma... Colombia quedó en deuda contigo. Ojalá tu obra no quede olvidada en alguna bodega vieja y oscura. Lo demás son babosadas post mortem.

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