No hay mal que por bien no venga. Tengo el tobillo derecho hecho una bola. Caminarme Madrid y Sevilla cinco o seis kilómetros diarios ha sido la causa. Pero no me arrepiento. Esas ciudades “tienen marcha” y hay que marcharlas. Ya de regreso, estos últimos días de “sentada forzada” me llevaron a un libro absolutamente único, Homo emoticus: la historia de la Humanidad contada a través de las emociones. Ni más ni menos.
Cuando uno de mis hijos me lo regaló, casi 400 páginas, me quedé muda del susto. En este momento de mi vida no estoy para más filosofías. Lo que jamás imaginé fue que desde la página primera iba a quedar hipnotizada.
Richard Firth-Godbehere, su autor, a quien no había oído nombrar nunca, resulto ser un inglés doctorado de Queen Mary University of London, miembro asociado de The Center for the History of Emotions (institución dedicada al estudio de las emociones), que en mi ignorancia supina ni sabía que existía.
Con sentido del humor, conocimiento profundo y prosa entendible y cautivadora, Godbehere (en español: Dios está aquí) nos lleva de la mano de Platón, Sócrates, Aristóteles, Buda, Ashoka, Pablo, Agustín, Zhuangzi, Kipling, Alá, Yaa Asantewaa, Descartes, por nombrar algunos que han cambiado y sacudido la historia de la humanidad a través de las emociones más que de la razón.
Por ejemplo, las cruzadas eran un acto de amor profundo por Cristo que justificaba matar herejes y enemigos islámicos. Pablo de Tarso, opositor de la incipiente secta cristiana, se convirtió en su principal promotor después de una revelación, llamado o ataque que le cambió su vida emocional. Agustín, mujeriego, libidinoso, esclavo de los placeres de la carne, lloró sus ojos, aborreció el pecado y se enamoró del Dios único; sus preceptos derivaron años después en las cruzadas, todo en nombre del Dios del amor, gracias al papa Urbano que prometió a sus ejércitos reducir las penas del Purgatorio y retribuir con dinero a sus ejércitos, entre otras cosas.
También nos mete en ese océano infinito de los miedos y las fobias; lo que lleva a odiar al contrario y desaparecerlo; las diferentes formas de amar; cómo el deseo es terrible porque nunca puede satisfacerse ni obsesionarse con el dinero o el poder se relacionan con la virtud; la búsqueda incansable de un nirvana o paz interior, así sea ayunando y flagelándonos hasta morirnos de hambre o infectados por los latigazos; la muerte y resurrección de Cristo y su sangre derramada para lavar nuestros pecados; el “amaos los unos a los otros”, sin especificar que al enemigo también; el Corán que enseña a reprimir y controlar las emociones, para recibir la recompensa en el más allá; las cacerías de brujas; la cultura de la vergüenza en Japón; Mao Zedong, experto en despertar hasta el límite las explosiones emocionales... en fin, podría seguir y seguir, pero las columnas tienen su límite.
Termino con las palabras de Firth-Godbehere: “En mi opinión, no puede haber historia sin emoción. Espero haberte mostrado que las emociones constituyen una parte esencial del conocimiento de nuestro pasado, ¿porque cómo podemos hacerlo sino tratando de entender cómo sentía entonces la gente?”.
P. D. Me acuerdo de que en las terapias de grupo en el South Miami Hospital, donde estuve cuatro meses interna para la recuperación a mis adicciones, siempre preguntaban: “¿Qué tú sientes?”. Jamás qué pensábamos. Por algo sería. Gracias a mi tobillo-bola, a lo mejor sin esta quietud forzada no lo hubiera leído.