TRES TEMAS. TRES PELÍCULAS. TRES impactos directos al corazón. Invitación a la reflexión. Introspección y análisis.
Zona de miedo. Escuadrón norteamericano para desactivar bombas y minas. Jóvenes que están destinados a la muerte, al desarraigo, al abandono afectivo para pelear una guerra que no es de ellos. Contra un enemigo abstracto. Contra una cultura que no es la propia. Contra la abstracción del odio. Jóvenes marcados para siempre con el hierro candente de la fuerza bruta, de la desconfianza, donde el amor, la ternura, los recuerdos no tienen cabida. Los enviaron a matar o a morir. Nadie les pregunta nada. Nadie sabe quiénes son. Obedecen órdenes irracionales sin derecho a argumentos ni diálogo. Poderosos al otro lado del Atlántico los empacaron y les ordenaron aniquilar un enemigo. Un enemigo que se inventó el genocida de George W. Bush con la alcahuetería y complicidad de varios países, europeos y americanos. Colombia incluida. Una guerra contra el “eje del mal” que jamás existió y que años después sigue derramando sangre inocente de unos y otros. Niños, mujeres, campesinos, comerciantes, soldados, jóvenes suicidas. El fruto de la locura soberbia y torpe de una potencia que cada vez muestra más debilidades, entuertos y malos manejos en todos los aspectos. Una película que llena el alma de tristeza y horror. Una película que cuestiona a fondo la inutilidad de las guerras, la crueldad del ser humano, la desesperanza. El enemigo no existe. Está en las mentes perversas que se lo inventaron, y que parece no tener fin. La película comienza, y continúa diariamente a través de la prensa, noticieros y emisoras. La guerra sin fin de animal depredador del hombre contra el hombre.
Invictos. Después de más de veinte años confinado como un animal peligroso, en una celda desnuda, Nelson Mandela llega a la presidencia de Sudáfrica y el horrendo Apartheid toca su fin. Blancos aterrorizados por posibles represalias a sus irracionales segregaciones. Negros al fin libres y sedientos de venganza. Cuarenta millones de seres desorientados y temerosos. Un posible baño de sangre de proporciones catastróficas. Un hombre irrepetible, de cuerpo frágil y de alma indomable dispuesto a todo para lograr la convivencia y la reconciliación. El deporte como única arma. El escepticismo de todos. La rabia de codearse unos con otros y tener que compartir el mismo techo y los mismos oficios. El desprecio y el rencor que no conocen puentes de enlace. Una realidad que a la generación mía nos tocó vivirla de primera mano. La transición impensable de un país mutilado de un tajo durante años por el hecho de que a sus habitantes los separaba el color de la piel. La pasión de un líder, que logró despertar la pasión conjunta de luchar por el país, ese país alucinantemente bello donde el Atlántico y el Índico confunden sus aguas en un abrazo azul. La pasión de un equipo que se abraza con su gente. La pasión de una raza que se funde con otra raza. La pasión de hermanos que se reconocen.
Amor sin escalas. La inutilidad de la vida sacrificada a multinacionales que amputan y cercenan sentimientos, afectos, vidas propias en aras de ganar dinero y esclavizar empleados destinados a tener como único destino los aeropuertos, los hoteles, las relaciones impersonales. Lección de alerta para miles y miles de hombres y mujeres que sacrifican la mejor etapa de sus vidas para llenar las arcas de pulpos sin entrañas. Película para no dejarla pasar en esta época de globalización inhumana donde el individuo no existe. Donde se muere y envejece sin haber tenido la oportunidad de amar ni vivir.