Cartagena. 18 años del Hay Festival. Sol apabullante al mediodía. La brisa alborotada de la tarde que arranca sombreros y revuelca peinados se agradece. Reencuentros, una camaradería implícita une a los que jamás hemos fallado, cómplices anuales. Paréntesis de cuatro días que recargan las pilas del alma. Así el eje de la Tierra se esté ladeando, mientras exista un libro existe la esperanza.
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Nicolás Cuéllar y Sara Araújo se vuelven a fajar. Coordinación perfecta. Armar este complicadísimo rompecabezas sin que falte una sola ficha. Escritores del mundo entero puntuales en los salones, atravesando océanos para asistir al ritual. Premios nobel, poetas, novelistas, historiadores, directores de cine, matemáticos y cuentistas armados de palabras, pensamientos, propuestas críticas; armados, repito, del poder y la fuerza contundentes de las palabras. Libros como tsunamis, libros suaves llenos de nostalgia, libros duros, incómodos, que hurgan heridas, que arañan conciencias, rasgan, sanan, algunos llenos de luz, otros oscuros y dolorosos.
El cineasta español Fernando León de Aranoa, con su cola de caballo ya gris y su mirada penetrante, irrumpe abriendo el festival y nos cuenta cómo fue ese proceso de 13 años filmando a Joaquín Sabina para mostrar al ser humano fuera de los escenarios. Documental de dos horas que revela secretos ocultos, temores, ataques de pánico, años de droga y despelote, el accidente que casi le cuesta la vida. Tener que cantar por la noche en la misma ciudad donde su amigo del alma, el torero José Tomás, se debatió entre la vida y la muerte con la femoral rota por un toro de Saltillo, en Aguascalientes.
Me impactó su historia, sus ojos llenos de nostalgia y esa sonrisa que esconde su tristeza con valiente alegría y elude “cosas que recordar no quiere”. Observar su metamorfosis cuando se abre el telón y sale con su bombín a cantar desgarrado, entregándose entero al público que lo idolatra, porque se identifica con sus canciones, poéticas y salvajes. Vendrá a Bogotá en marzo a cantar con esa voz aguardientosa y raspada de nicotina.
Laura Restrepo brilla con luz propia. Alia Trabucco, en Limpia, estremece y toca fibras del alma con una prosa impecable, incómoda y frentera. Quita máscaras y arandelas, sacude. Ella sí tiene su alma limpia, algo ya difícil de encontrar.
Impactante Lydia Cacho con sus Cartas de amor y rebeldía, desde la primera que le escribió su mamá cuando estaba pequeña hasta las últimas que recibió cuando tuvo que exilarse a España para que los poderosos de Puebla no la asesinaran, porque su lucha contra los feminicidios, el abuso de menores y la pornografía infantil que delató llevó a la cárcel a varios “intocables”. Ella, una guerrera con esas cartas, cuenta su vida sin tapujos, sus amantes, su valor y esa tristeza infinita de no poder regresar a su país.
Lydia cuestiona también la trata de mujeres jóvenes y el abuso de menores en Cartagena, sin que nadie se atreva a denunciar las verdaderas mafias que controlan todo. Una cosa es el Hay Festival, el Festival de Música, el FICCI, el Corralito de Piedra, y otra es la verdadera realidad de esta ciudad racista, discriminatoria y violenta.
Impactan estas voces, y muchas otras. Los libros sí cambian vidas, por eso las dictaduras los prohíben, por eso las religiones tratan de controlarlos. La verdadera revolución está en la palabra escrita. Los libros mueven y remueven conciencias y emociones, son más poderosos que las armas.
Impacta ver la cantidad de jóvenes asistiendo a los conversatorios, llenando espacios, ávidos de cultura y conocimiento, escuchando, tomando notas, preguntando.
Impacta ver esta ciudad robándole cada día más espacio al mar, con espolones y espolones, piedras de cantera, cemento. Veo olas encrespadas donde antes el agua llegaba mansa. Veo más y más edificios compitiendo en altura, apiñados. Pienso en las alcantarillas... mejor no pienso más.
Pregunto por el alcalde. Las respuestas son idénticas: “Como persigue a los corruptos, los concejales no le aprueban nada, es decir que si no permite robar no puede hacer na”.