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Juan Vitta

Aura Lucía Mera

05 de junio de 2023 - 09:05 p. m.

Sigo atascada. No puedo conectarme con el dolor, no logro iniciar el duelo ni sentir nada. Un hachazo me mutiló el corazón, siento una mezcla de rabia y desolación. No acepto, me repito que no ha muerto, que se fue de viaje y no tengo manera de comunicarme. Sigo mi vida como si nada, pero algo también ha muerto en mí.

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Recuerdo que después del suicidio de Domingo Dominguín en Guayaquil regresé a Colombia sin brújula ni horizonte. La sola idea de volver a vivir en Cali me estremecía. Bogotá fue la opción para sobrevivir. Telecom fue el primer puerto de aterrizaje forzoso. Cambiar sin mirar atrás. La sierra ecuatoriana, sus paisajes y nevados, el amor desbocado, lunas y soles compartidos ya eran pasado; edificios altos, oficinas cuadradas, lenguajes desconocidos, tacones, sastres de ejecutiva, horarios y ascensores se convirtieron en el presente. Lágrimas a escondidas en las escaleras de emergencia. Asomarme a la ventana del piso 13 y mirar pasar carros y busetas, esperando la nada, que llegara la noche y soñar que todo era una pesadilla.

Hubo un almuerzo en casa del presidente de la empresa, elegante y cálido. Me sudaban las manos y no sabía cómo integrarme. El sofá era blanco, me senté y llegó Juan Vitta Castro. De pronto surgieron las carcajadas y desde ese instante nació una amistad eterna, cómplice, incondicional, en la que compartimos dolores y tristezas, risas y llantos, frustraciones y logros, libros y confidencias, peleas y reconciliaciones. Fue el hermano que jamás tuve, un compañero de caminar.

Durante el cáncer de uno de mis hijos, Juan viajó a Nueva York para acompañarme en un invierno eterno. Inventaba paseos, idas al teatro y museos, sin importar el helaje ni el yeso del adolescente recién operado. Fue un bastión de fortaleza y esperanza. En Colcultura Juan hizo un trabajo definitivo para lograr el éxito en la odisea de Estocolmo, acompañando a García Márquez en la ceremonia del Nobel. Como subdirector del Instituto, fue pieza fundamental. Sus años en Quito jamás nos alejaron. Ese país es mi patria de corazón y compartimos amistades, viajes y paisajes. Yo me trasladé a Cali y Bogotá era el punto de encuentro. Hace un año me acompañó al grado de uno de mis nietos. En fin, Juan ha sido parte de mi vida durante más de 40 años.

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Como escribió Juan Restrepo en un artículo: “Juan Vitta partió en un inmerecido silencio”. Fue doctor en Ciencias Políticas y Jurídicas, miembro de número de la Academia Colombiana de la Lengua, miembro activo de la Academia Santanderista, traductor de Melville, periodista y autor de “Secuestrados: la historia por dentro”, donde relata su secuestro y el de Diana Turbay por Pablo Escobar; es el mejor testimonio de primera mano escrito en Colombia (superando como libro al de García Márquez sobre el tema). Fue diplomático en Cuba y El Salvador, y autor del libro galardonado “¿Qué pasó el 20 de julio?”.

Juan Vitta Castro, fuiste un ser humano irrepetible y un amigo-hermano. No acepto tu muerte, no acepto que te cansaste de vivir. Estás de viaje y algún día te volveré a encontrar.

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