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“Dios tiene nombre de mujer. Se llama lluvia”.
Escribo esta columna el sábado 11. Uno de mis nietos acaba de aterrizar en Los Ángeles. Le pregunto qué sintió al ver esta catástrofe desde el aire. Me dice que todos los pasajeros se volcaron sobre las ventanillas cuando el avión sobrevoló las montañas y zonas devastadas. Una nube roja y negra cubría todo, era como acercarse a la caldera del diablo. Una cosa era mirar las fotos y videos en televisión o tabletas, y otra verlo con sus propios ojos. Algunos de sus compañeros de universidad perdieron sus casas.
Las instrucciones son precisas para los estudiantes que empiezan y viven lejos del epicentro infernal: usar unas máscaras especiales, salir poco y mantener las habitaciones con aire acondicionado permanentemente. Si la situación empeora, cerrarán el campus. Todo es incierto.
Hace poco más de un año estuve en esa ciudad, recorriendo boquiabierta esos íconos cinematográficos: la famosa colina de Hollywood, el legendario Sunset Boulevard, la milla de los famosos, las mansiones de Malibú y Palisades, atardeceres de ensueño, malecones, palmas, jardines espectaculares. Ese ritmo paradisíaco de los famosos, en la Ciudad con mayúscula, donde la vida era un sueño. Los zombis viviendo en la calle eran invisibles y la pobreza se escondía.
Bastó una chispa en una de las múltiples montañas secas que la rodean para que los vientos indomables de Santa Ana se apoderaran de todo. Un ciclón ardiente de casi cien millas por hora esparció ascuas candentes hacia lugares jamás imaginados. Y se convirtieron en llamaradas que devoraron mansiones, jardines, palmeras, automóviles.
La naturaleza jamás se dejará doblegar por los humanos, aunque la estemos maltratando. Los cuatro elementos que la conforman: tierra, agua, fuego y aire, serán siempre los vencedores. Ya vimos la DANA de Valencia, España, destruyendo pueblos en cuestión de minutos por el agua. Estamos contemplando cómo el fuego y el aire arrasan la Ciudad soñada y envidiada. Aluviones de tierra caen sobre autopistas y pueblos. Y todavía no comprendemos.
El mar aumenta su temperatura y se tragará ciudades enteras. Ya por acá Juanchaco, pueblo olvidado de nuestro Pacífico, se desapareció. Pero eso a nadie le importa. Juanchaco no es Hollywood, y no viven famosos. Colombia no se ha enterado.
Vivir el instante. Nada dura para siempre, y casas, recuerdos, vidas pueden desaparecer en un minuto. No importa si somos multimillonarios o indigentes. Vivamos en el amor y respeto por todo lo que nos rodea, y agradezcamos ese instante de vida que nos ha sido regalado.