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Soy fanática de los Mundiales por televisión. Grito y me quedo sin voz.
Pero confieso que la única vez que entré a un estadio fue al Pascual Guerrero, a la ceremonia de inauguración de los VI Juegos Panamericanos, en los que trabajé dirigiendo la campaña y programas de educación cívica de gremios.
Con un equipo de bandera, como Isabel Mallarino de Rivas, Beatriz de Aparicio, Graciela de Rivera, María Eugenia Botero, bajo la dirección de Alfonso Bonilla Aragón, y el apoyo de Rodrigo Cobo Arzayus, Pedro Chang, Incolda, la Universidad del Valle y el SENA, logramos que Cali adquiriera conciencia cívica y se personalizara del compromiso de anfitriona más allá de las justas deportivas.
Taxistas, meseros, vendedores ambulantes, loteros, guías de turismo, jóvenes voluntarios, policías y agentes de tránsito recibieron capacitación en su oficio y cultura general, sintiendo por primera vez la dignidad de sus labores, recibiendo diplomas y dispuestos a trabajar con amor y orgullo por su ciudad.
Ese fue el inicio del civismo de Cali, que durante varios años, debido a administraciones corruptas, se fue perdiendo, hasta la llegada de Rodrigo Guerrero a la Alcaldía, cuando resurge con un nuevo sentido de orgullo cívico e identidad.
El fútbol, en cambio, ha ido degenerando en una caída sin fondo, en la que los futbolistas destacados son los nuevos esclavos del márketing global. No son dueños de sus vidas, ni tienen patria. Simplemente, vendidos y comprados al mejor postor.
Este juego se convirtió en eje de corrupción, de lavado de activos, de intercambios asqueantes, de asesinatos de jóvenes cuyo único pecado es pertenecer a “otra barra”.
Cayeron las principales cabezas... Ahora ruedan bajo la guillotina de la justicia las latinoamericanas. Perú, Panamá, Ecuador, Colombia ven con estupor que sus dirigentes no eran más que unos sinvergüenzas, obsesionados en enriquecerse a como diera lugar.
El balón se untó de mierda... Y así rueda en los estadios mundiales, en los campeonatos mundiales, donde los esclavos se tuercen las pantorrillas o se destrozan los ligamentos y simplemente se compran otros en el mercado del gol.
Es vergonzosa, monstruosamente vergonzosa, esta corrupción del deporte... Los responsables, los intocables, los amos de esta mafia deberían pagar cárcel de por vida. Por prostitutos, ladrones, esclavistas.
Los goles huelen a estiércol; el balón, ídem. Ojalá, para bien de aficionados y deportistas, los verdaderos héroes, se lograra iniciar de cero y devolverle la dignidad que merece esta profesión.
No me importa no asistir a los estadios. Pero lo que se exige es honestidad y dignidad. En esta y en cualquier otra profesión.
P.D.: Desde Ecuador, en Quito, mi segunda patria, me huele a que a Correa se le empezó a voltear el Cristo de Espaldas. Ya los ecuatorianos se “mamaron” de tanta dictadura y arbitrariedad. ¡Amanecerá y veremos!
