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¡La culpa es del oso!

Aura Lucía Mera

15 de febrero de 2016 - 09:00 p. m.

Si el oso gigante mata de una a Leonardo DiCaprio, se lo come con abrigo de piel y todo, lo desfleca de un manotazo y le saca las vísceras en esos parajes helados, inhóspitos, yertos, donde la muerte es blanca y la vida no existe, los espectadores nos hubieramos salvado. ¡Así de sencillo!

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Nos hubiéramos salvado de ser testigos de los rugidos, estertores, babeos y alucinaciones de DiCaprio durante casi dos horas de proyección. No tenemos la culpa de que el oso lo zamarreara como violín prestado, ni de que el compañero traidor lo hubiera enterrado semimuerto, ni de ese frío tan espantoso que contagia a la audiencia y la hace pensar que el calentamiento global es una ficción...

Qué tal la escena donde, rugiendo y babeando, le saca las tripas a un caballo que se había desbarrancado nieves abajo, y hace de su vientre y costillar una cama para guarecerse del frío. Casi no logra salir de ese esqueleto congelado.

La película tiene el mérito de estar filmada sin trucos. La nieve es nieve, el frío es frío. El oso no sé muy bien de dónde lo sacaron tan feroz y tan real, ni a quién se comió, pero de allí a entregarle el premio a la mejor actuación a DiCaprio, existe un abismo; una incongruencia; una falta de lógica, como esos silogismos que se inician con una premisa falsa.

Leonardo DiCaprio no actúa. Punto. Se limita a arrastrarse, a mostrar su cara de loco (de frío y por las heridas del oso, me imagino), sus labios cuarteados y grises, sus ojos desorbitados y las venas del cuello a punto de estallarle por el esfuerzo que hace reptando nieve arriba y nieve abajo. De vez en cuando alucina y ve entre brumas a su difunta mujer que siempre le repite que a un árbol de raíces fuertes nunca lo doblega el viento.

No es justo que DiCaprio, con actuaciones tan brillantes como El lobo de Wall Street, tenga que recibir el premio por arrastrarse... arrastrarse literalmente ante los intocables, serpentear por la alfombra roja.

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Una cosa es que el director lograra un documental impecable de esos parajes helados, azules, inhabitables. Otra cosa es el resultado final de la misma. Un híbrido que ni tiene trama ni guión y que peca de exceso de fríos. Ha podido hacerla con la National Geographic y dejar a DiCaprio vivo, sano, actuando de verdad en otra película. No caben los dos en este melodrama de rugidos y vísceras.

Sigo pensando que la culpa la tuvo el oso y que The revenant no pasa de ser un oso.

Otra cosa espero de El abrazo de la serpiente. Espero que la boa no haga el oso. No la he visto.

Posdata: Dos libros para no perderse, de un mismo autor: Patria o muerte y La enfermedad, del escritor venezolano Alberto Barrera Tyszka, ganador del Premio Herralde de novela —para mí uno de los premios serios de la literatura— y el del XI Premio Tusquets Editores de Novela. Lo descubrí en el Hay de Cartagena en uno de los conversatorios más ágiles e inteligentes.

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Ya llega el libro Mi padre y otros accidentes, de la periodista y escritora Paola Guevara. Un testimonio en el que la realidad supera cualquier ficción. Con una honestidad y un valor afilados, Paola nos comparte cómo a sus 34 años logró conocer a su verdadero padre. ¡No se lo pierdan!

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