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La delgada línea

Aura Lucía Mera

19 de abril de 2022 - 12:30 a. m.

Se despide la Semana Santa. Escribo desde la montaña. La niebla se cuela entre los árboles y sus troncos apenas se vislumbran en grises, como fantasmas de sí mismos, los mismos que en mañanas de sol y cielo azul muestran su poder, macizos, retorcidos o sensuales. El follaje igual, casi negro, sombrío, danzando misterioso con la música del viento vespertino. No adivino de qué hablan, pero los siento comunicarse. Niebla, viento, ramas. Dicen que el viento es la voz de Dios y se necesita mucho silencio interior para escucharla.

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Trato de sacudirme los pensamientos y vaciar la mente, pero me zumban como moscas ideas repetitivas y no logro alejarlas. Rumio y rumio como cualquier cuadrúpedo de panza, librete, redecilla y cuajar, todo un proceso complejo para dejar al fin la plasta de boñiga en el pasto y sentirse aliviado.

Sé que como los rumiantes hay que vaciarse de todo lo que haga daño. Los pensamientos negativos son los que pudren el alma y el cuerpo. Siempre he asociado enfermedades físicas con conflictos emocionales engavetados dentro del esqueleto. Tal vez por eso escupí dolores, rabias, intimidades en mi libro Una lucha contra el alcohol y la droga, y resultó. Quedé limpia y sin secretos, para comenzar de nuevo a caminar sin lastres, culpas, ni rencores. Tengo que cuidar mis pensamientos. La mente es la loca de la casa y se sale de madre y me noquea. No me lo puedo permitir, así que escupo.

Acaba de morir una amiga del alma. Tenía su carné firmado del DMD: derecho a morir dignamente. No tubos. No vida artificial. No encarnizamiento médico. Todo por escrito y con testigos. Nada que temer.

Después de una cirugía salvaje se encontró intubada, sedada, amarrada. Afortunadamente, cuidada con amor y esmero en la UCI por un equipo profesional y cálido. El cirujano pretendió realizar dos cirugías más, que la llevarían a un calvario eterno y sin retorno posible. Gracias al carné del DMD no se autorizaron estas intervenciones. Le quitaron el tubo, la sedación, sus manos recuperaron libertad de movimiento. Pudimos acompañarla en sus últimos días, ya consciente, sonriendo, hablando, digna, valiente, sabiendo que se despedía. Se fue en la madrugada, en silencio y en paz. Se salvó del infierno que la esperaba.

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Me pregunto y rumio: ¿cuál es la delgada línea entre el encarnizamiento médico, el bisturí sin alma, la tecnología que prolonga vidas artificialmente y la verdadera medicina humana, que respeta al paciente y sabe mirar al ser que existe detrás del pronóstico?

¿El afán de hurgar, vaciar, llenar de tubos y drenajes está deshumanizando la medicina? ¿Qué está sucediendo de verdad con los diagnósticos que permiten que ciertos cirujanos se crean dioses de quirófano, sin un mínimo de sensibilidad, cuando el paciente inerme, antes de ser arrastrado por la camilla, se entera de forma cruda, como si ya estuviera muerto, de su futuro? ¿O su no futuro?

Rumio y rumio. Pienso en mi amiga del alma. Pienso con rencor en lo que sucedió, en todo el calvario que se pudo evitar. Me resuenan las palabras frías del cirujano, frías como el acero del bisturí. No logro perdonarlo. Sé que la que me enveneno soy yo. Él seguirá reinando en los quirófanos, mi amiga ya descansó y yo tengo que escupir esta rabia y este dolor. Es la única forma de que mi plasta salga al pasto y de olvidar.

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Este domingo la despediremos en la montaña. ¡Sus cenizas se elevarán al viento y muchas mariposas de colores la acompañarán en su vuelo final! Y al fin podré escuchar la voz del viento, en silencio interior, yo también en paz.

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