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Las cajas de Pandora

Aura Lucía Mera

03 de julio de 2023 - 09:05 p. m.

Hace más de 20 años se guardaron cajas y cajas en un depósito. Se cerraba el ciclo de la casa paterno-materna. Nadie volvió a recordarlas. Desaparecieron de la memoria familiar. Mis hijos ahora las rescatan de la bodega y vuelven a vivir.

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Abrirlas es un acontecimiento. Tapabocas y guantes, 23 años de polvo y olvido, no sabemos ya qué contienen. Ábrete, sésamo, y empieza el viaje hacia atrás como una catarata de recuerdos, un torbellino de sorpresas, carcajadas, lágrimas y sentimientos.

Los libros del abuelo paterno, Aníbal Mera Caicedo, abogado, filólogo, juez, magistrado. Veo su figura delgada y huesuda, su camisa blanca impecable con cuello de pajarita, su leontina, sus manos largas como las dibujaría el Greco. Dominó a la perfección siete idiomas sin salir jamás de Cali. Sus manuscritos los habíamos entregado a la Biblioteca Departamental, pero de las cajas ya curtidas de telarañas y gorgojos empiezan a salir tesoros, sus libros amados, la mayoría editados a mediados de 1800, hace casi 200 años. Algunos en español antiguo, otros en francés, inglés, italiano, latín, portugués, dos en ruso, milagrosamente intactos a pesar de esa pátina amarillenta que cubre sus páginas. Se nos sale el corazón.

Otra caja rebota y saltan diplomas amarillentos y los cuadernos de primaria y bachillerato de las tres hermanas: dibujos en prismacolor, mapas en tinta china, tareas de trigonometría y álgebra, resúmenes de historia patria, religión, filosofía.

Luego es el turno de mi mamá, adicta a los libros, tesoros que jamás volvieron a editar. Thomas Mann, Stefan Zweig, Alberto Moravia, Nabokov, Dostoyevski, André Maurois, William Somerset Maugham, poesías de Salinas, Alberti, Machado, Villaurrutia…

Me paro en seco y limpio a Constantin Virgil Gheorghiu, ese rumano famoso por su novela La hora 25, que envuelve de pavor eterno a sus lectores. Me zampo de una Los sacrificados del Danubio, donde narra cómo el protagonista es condenado por su único delito: salvar vidas en una pequeña ciudad búlgara tomada por el régimen soviético. “Quizá solamente Kafka haya tenido esa sensibilidad para interpretar el horror de la máquina infernal e impersonal del Estado moderno”, inmediatamente después de la II Guerra Mundial.

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Arremete contra los diplomáticos “que se lavan las manos con agua de colonia fina y que creen que primero debemos salvar al universo para luego poder salvar un hombre”. “El gusano racionalista de la izquierda fundamentalista va devorando cerebros, haciéndolos perder la risa, la alegría y el juicio. Poco a poco ese ser humano va perdiendo ideales, esperanzas; su voluntad empieza a ser roída y todo lo que pueda ocurrirle lo deja indiferente. Vive como un objeto insensible y se vuelve el más obediente de los hombres. Cuando los sóviets aparecen en cualquier lugar empiezan por introducir ese gusano en el cerebro de los demás. Lo más desesperante que tiene ese gusano es cómo transforma la mirada, neutra y gris, y para introducir ese gusano se vale de la política, las comisarías de policía, las milicias populares. Luego se ponen en marcha los planes de progreso, pero primero se ha inoculado el gusano a todos los ciudadanos”.

Constantin Virgil Gheorghiu estuvo en cautiverio y conoció de primera mano torturas y vejaciones. Logró exiliarse en Francia. Sus obras son feroces y afiladas. Vale la pena no olvidar a estos autores. El que olvida su pasado está destinado a repetirlo.

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P. D. Como afirmó François Furet: “La burguesía, bajo sus diversos nombres, constituye para Lenin y Hitler el chivo expiatorio de todas las desgracias del mundo”. Ojo. Abramos los ojos porque todos los extremos son iguales y los gusanos cerebrales también.

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