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Las ciudades y los periódicos

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Aura Lucía Mera
20 de abril de 2010 - 03:37 a. m.
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NO PODEMOS DESLIGAR LA HISTOria de las ciudades, de la historia de sus periódicos tradicionales. Inconcebible pensar en Bogotá sin asociarlo con El Espectador y El Tiempo, el primero con más de 120 años de tradición independiente y honesta a sus principios que jamás ha claudicado en favor de ninguna corriente oportunista, El Tiempo, durante muchos años referente obligado sobre el discurrir nacional, desgraciadamente ya en manos de empresas multinacionales que lo convirtieron en producto mercantil a costa de su credibilidad.

En provincia, Barranquilla está ligada a El Heraldo, Cartagena a El Universal, Medellín a El Colombiano, Bucaramanga a  Vanguardia y El País, que hoy cumple su cumpleaños número sesenta, a la historia de Cali.

Los periódicos son milagros diarios. La noticia de ayer es ya papel de desperdicio. La de hoy, efímera. Son las únicas empresas que jamás paran, que tienen que crear un producto nuevo cada 24 horas, que tienen que estar siempre alertas a los aconteceres del mundo y de sus regiones. Empresas que no se pueden permitir vacaciones, puentes festivos ni descansos dominicales. Empresas que solamente tienen el permiso de parar sus enormes rotativas, apagar sus computadores y respirar a otro ritmo dos días al año. Por eso, tantos periódicos nacen, llenos de pasión e ilusiones, y con el transcurrir de los años o los días se apagan como pequeñas llamitas que apagan los vientos implacables que no permiten distracciones.

Tal vez cuando Álvaro Lloreda Caicedo, hombre visionario, terco, emprendedor y luchador, fundó en la vieja casona del Cali Viejo un periódico, jamás soñó que sesenta años después este sueño seguiría intacto y convertido, gracias al amor, la inteligencia y la pasión de las generaciones que lo sucedieron, en una Casa Editorial que no es solamente referente obligado en el periodismo nacional, sino que ha acompañado el devenir de la historia de su ciudad natal.

No han sido pocas las tempestades que ha tenido que afrontar. Crisis políticas y económicas lo han golpeado en muchas ocasiones, pero siempre el tesón y la fortaleza de sus directivos y su equipo unido en la mística y en las metas han impedido que se doblegue y se apague. Su llama sigue cada vez más fuerte, impulsada siempre por nuevos vientos. Capoteando mares de leva y huracanes sombríos.

El País supo evolucionar al ritmo de la vida. Abrió sus puertas a nuevas ideas, a opiniones diversas. No obstante su tradición conservadora no solamente política sino humanística se convirtió en uno de los diarios más pluralistas y respetuosos de las opiniones de todos sus colaboradores. Actualmente es el vocero del acontecer de la región, de su capital, de la nación y del universo global.

El País hoy está de fiesta. Pero sabe que mañana será otro día, que la noticia será diferente, y que no puede dormirse en sus laureles. También sabe que no claudicará jamás en sus convicciones y el deber sagrado de informar de manera honesta y objetiva todo lo que sucede, en todos los campos. Que jamás hipotecará, a ningún postor, su opinión.

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