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Las dobles C

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Aura Lucía Mera
11 de junio de 2012 - 11:00 p. m.
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Castración y cadena perpetua. Estas deberían ser las dobles C impuestas, sin recurso de apelación, para los violadores de mujeres, los que las golpean, los que las empalan, las someten a abusos sexuales, los pederastas, ya sean población del montón, empresarios, curas o dignatarios del Estado.

Sin excepciones. Me niego rotundamente a una castración química, que es más o menos como el bromuro que les metían a los seminaristas entre los faldones de las sotanas para convencerlos de que su único amor era Cristo y estaban más allá de cualquier tentación con faldas.

La castración debería ser a palo seco, sin anestesia, ojalá con serrucho infectado, realizada después de haberlos empalado y después curarlo para encerrarlo en una celda sin luz el resto de su vida.

Me llama la atención las pocas bolas que se les ponen en Colombia al maltrato y abuso de las mujeres. Muchos jueces se hacen los de la vista gorda, dilatan los casos, los HH.PP. (congresistas) incluso hacen mofa de los proyectos de Gilma Jiménez, en su afán para que se aprueben leyes más drásticas contra estos sujetos.

Desde la época de la Colonia, los españoles instauraron el “derecho de pernada” o sea la facultad legal para llevarse a la cama o abusar sexualmente de cualquier mujer que se les viniera en gana, sobre todo si ésta era india, negra o mestiza. A su turno mataban a sus propias esposas si las agarraban en adulterio y la Iglesia, siempre alcahueta de los hombres, no sólo no los condenaba, sino que los justificaba aduciendo “ira e intenso dolor”.

Cuántas vejaciones, cuántos atropellos, cuántas barbaridades, atrocidades, sangre. Niñas y niños a los que les mutilaron el cuerpo y el alma. Mujeres, miles de ellas que jamás se han atrevido a denunciar golpizas, abusos y maltratos, porque saben de antemano que las autoridades no les harán caso, y si el hombre —monstruo con el cual convive— se entera, las acaban de contramatar.

Cuántas veces las propias madres no les creen a sus hijas cuando ellas les dicen que sus propios padres o padrastros las han violado, incluso embarazado. Generalmente, cuando se trata de violaciones intrafamiliares o incestos el resto de la familia rodea al abusador con un silencio cómplice. Y si es el hermano el abusador, la mamá prefiere que sea éste el que se quede en la casa, “porque el hombre es el que puede ayudar más”, permitiendo que la niña se vaya a inventarse la vida por su cuenta, camino que la lleva a las drogas o la prostitución.

Es hora de que en este país de machistas, de abusadores, de violadores, entre los que se mezclan civiles, militares, guerrilleros, campesinos, corronchos, paisas, cachacos, vallunos, opitas, vallenatos, pastusos, santandereanos, negritudes, mestizos, blancuzcos, mulatos, indígenas y todos aquellos que están convencidos de que “el órgano” es signo de supremacía y mando; es hora, repito, de que se vean obligados a pensarlo dos veces antes de cometer la violación, porque se verán sin órganos y enjaulados de por vida, como los monstruos que son. Voto por las dobles C. Castración. Cadena.

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