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En Colombia no existía el día de las Madres hasta 1925, once años después de que en Estados Unidos Anna Jarvis decidió celebrar ese día para recordar a su madre, una mujer que siempre trabajo por las comunidades. Antes de Cristo, los egipcios celebraban un día para sus diosas, y ya a finales de 1800 el Papa de la época decidió celebrar el Día de la Virgen, madre de madres, el 8 de diciembre, pero no tuvo tanto éxito pues María, según la iglesia católica, era virgen y entonces estaba fuera de concurso. Total, quedó para mayo, cuando inicia la primavera. Algunos despistados creen que el Día de la Madre la inventó El Corte Inglés, almacén de cadena famoso en España.
Para este pobre pechito que hoy escribe, en la infancia y preadolescencia este día constituyó una verdadera tortura. Mi papa nos arrastraba obligatoriamente a sus tres hijas cada domingo a la iglesia de San Francisco en Cali, y cuando se aproximaba el día en cuestión, el cura, trepado en su pulpito, se desgañitaba gritando contra “esas mujeres impúdicas que se bañan en piscinas mixtas, montan a caballo, no asisten a misa todos los domingos, no rezan diariamente el santo rosario ni repiten jaculatorias, leen libros malos, están condenadas al pecado y a la condenación eterna, etc…”.
Sentía que me ahogaba. Sudaba petróleo y ese olor de gentío más incienso y humores varios me mareaban. Mi mama reunía todas las características para la paila del fuego eterno. Tenía que salvarla y ponerla en el buen camino. Le pedía plata a mi papa y le compraba un rosario, lo envolvía en papelillo y el Dia D se lo entregaba con un abrazo apretado, a ver si ella entendía el mensaje.
Cada año era lo mismo, la misma iglesia, los mismos olores, el cura de turno gritando lo mismo, y yo con el mismo regalo: otro rosario envuelto en papelillo, otro abrazo apretado. Poniendo el retrovisor como se dice ahora, creo que mi mamá acumuló unos ocho o nueve rosarios en alguno de los cajones misteriosos que tenía su enorme armario de tres puertas, su sancta sanctorum.
Por esas fechas me pasaba a su cama y me arrunchaba con un libro en la mano para espiar de reojo qué libro leía ella, si era “bueno o malo”. Así me fui contagiando del amor a la lectura y fui dejando a Pancho y Ramona, el Billiken y Tarzán por Kafka, Simone de Beauvoir, Nijinsky, Malraux; creo que todos eran “malos”.
Entendí y adoré esa mujer independiente, lectora, periodista, de humor inigualable, arisca, campeona de adiestramiento equino, divertida e imprevisible. Mandé al carajo las misas: jamás volví a pisar San Francisco; me encanta su Torre Mudejar pero de lejos, y empecé a alejarme de los curas chocolateros y gritones que tanto daño hicieron asustando fieles, sobre todo mujeres, pues con los hombres no se metían jamás.
Honestamente, creo que el famoso Dia de las Madres lo deberían prohibir; es una de las fechas más violentas en este país sediento de violencia. Es obligatorio “sacar la viejita a almorzar”, regalarle algo, gastar plata y reunirse con el resto de la familia, unida o desunida. Un esperpento de día aprovechado vergonzosamente por el comercio mientras la sociedad de consumo cae en sus trampas.
“Las madres”, “los padres”, “el amor y la amistad” no tienen por qué tener un día. Son todos los días mujeres, hombres, jóvenes, solteras y solteros, huérfanos, viudos; todos celebran el regalo diario de la vida. El amor está al alcance de todos diariamente. No sigamos alcahueteando este comercio absurdo que obligatoriamente durante todo el año se inventa “Días” para obligar a comprar, endeudarse y reunirse por obligación.
Menos mal que ninguno de mis hijos o nietos me ha regalado un rosario a pesar de que fui excomulgada y leo libros malos, y me rio, y no voy a misa. Los adoro.
