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Las palmas y los cocos

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Aura Lucía Mera
01 de agosto de 2011 - 11:00 p. m.
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Pensar que hace menos de dos años existía en este Macondo la tribu de los "Intocables".

Aparecían en la televisión todos los días dando declaraciones irrefutables: pavoneaban la cola con éxtasis mientras sus despectivas miradas cubrían el lejano horizonte. Cualquier comentario en su contra era condenado, porque sus acciones parecían estar por encima del bien y del mal. Declaraban con seguridad, como el Papa, dando discursos repletos de lugares comunes que al final lograban el propósito querido: hablar mucho sin decir nada, prometer imposibles, convencer.

Estos “Intocables” nunca se comprometieron con la sociedad. Su show mediático, por el contrario, generaba un cinismo grupal que se ampliaba a lo largo de las instituciones, en el interior de contubernios secretos al estilo de la masonería, con impunidad disfrazada en el espectáculo de la entrega de armas. De esta forma, se convencieron a sí mismos de que ningún mortal podría metérseles al rancho.

El pueblo creyó porque a los ungidos de Dios, a los portadores de la palabra divina, toca guardarles una fe ciega. Entonces esperaban las promesas: carreteras amplias, salud garantizada, pensión para la vejez, educación universal, transparencia en el manejo de impuestos, despojo a los narcos, etcétera. Los “Intocables” estaban más cerca de Dios a través de su Mesías, quien no dudaba en arrodillarse frente a una cámara o en reunir consejos comunales prometiendo el oro y el moro. El Mesías era el supremo guía. Sus ojos transparentes —que miraban todo sin observar nada— lograban hipnotizar a las multitudes. Este Macondo, hasta hace menos de dos años, seguía estupefacto y obediente ante los elegidos.

Frente a esto, un puñado de periodistas que jamás vendieron el alma al diablo —¿o al Dios?— decidieron escarbar los entresijos de los “Intocables”. Fue entonces cuando esas palmas altivas, repletas de cocos podridos, empezaron a dejarlos caer estrepitosamente para que rodaran en el barro, salpicando y descubriendo la podredumbre de sus frutos. Durante este proceso algunos de los periodistas fueron silenciados de facto, otros tratados de terroristas y calumniadores, las altas esferas de la justicia fueron espiadas y seguidas. Sin embargo, los cocos siguieron cayendo y las palmas se secaron de raíz.

El Mesías no pudo seguir en el poder y los “Intocables” perdieron su esencia inexpugnable. Un nuevo aire empezó a limpiar la atmósfera pesada y densa, dejando oxígeno libre para comenzar las investigaciones. Y para sorpresa de aquellos que se dejaron hipnotizar, Macondo inició un despertar inesperado: las cárceles se abrieron de par en par para darles la bienvenida a los “Intocables”. Sus mentiras y chantajes se fueron descubriendo poco a poco. Ese grupo de pequeños héroes del periodismo lograron destapar la olla más podrida de toda la historia de Colombia. Porque no fueron uno, ni dos, ni tres, sino casi todos los que se tomaron el país durante ocho años y creyeron que nadie los cogería. A los que ya cayeron y a los que faltan les viene perfecta una frase: ojo con las palmas que se les caen los cocos.

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