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NO. NO ME REFIERO AL OPUS DEI EN Madrid, que cada vez se hace más poderoso, misterioso y extraño. Los seglares y algunos ya enfrailados poseen casi un edificio en plena Colonia del Viso, uno de los barrios más exclusivos.
Cuatro pisos a los que se ingresa por una puerta blindada a la cual no tienen acceso las mujeres. Cuando asisten a ciertas reuniones, las reciben en una especie de salita exclusiva para ellas, como a las musulmanas que no pueden tener contacto con varón. Por el antejardín de la residencia circulan desde los más poderosos del PP (Partido Popular o de Derechas), ministros, diputados y empresarios de postín. Pero no me refiero a ellos.
Tampoco a los ministros de Dios dedicados a la pederastia, a la seducción de menores o a la compra de servicios sexuales de muchachones, cuyo precio es el hambre. Ni al obispo, convertido en presidente, lleno de hijos con diferentes mujeres, que aspiraba que solamente le dijeran “Tío”. Ni a los que desenroscan su amor tórrido en playas públicas y que claman a abrazo batido que se les quite el estigma del celibato y la castidad obligatoria.
Las Pelotas del Frayle se encuentran por montones a escasa hora y media de Madrid, por una carretera secundaria y preciosa, sobre todo en esta época del año en que Castilla se viste de verde, y salpica su aridez con retamas, pastos y diminutas amapolas. Época en que ondean olivos centenarios de troncos gordos y retorcidos, como queriendo contarnos la historia y las leyendas de sus raíces. Pelotas del Frayle pertenecen a Chinchón. Pueblito que se remonta a épocas romanas y moriscas, de costumbres pudorosas hasta hace algunos años, caminando sus mujeres todavía embozadas en sus mantones, cediendo el paso adelante a sus maridos y dedicándose a labores artesanales y hogareñas. Tomo el nombre de Chinchón porque la leyenda cuenta que en la época de la Conquista, un hidalgo manchego se trajo de esa tierra india y virgen una nativa, quien al ver que su ama y señora sufría recurrentes fiebres, le obligó a tomar unos polvos extraños que le quitaron las calenturas y le salvaron la vida. La india iba como pepa de guaba hacia la hoguera de la Inquisición, cuando el boticario del pueblo descubrió que la pócima era Quinina... Chinina... Chinchón. En las de hogaño, las chinchonesas se dieron a conocer por sus panes caseros, su bollería, sus dulces, sus roscones y sus mieles y cremas.
¿En qué momento la picaresca se tomó las mentes de esas matronas recatadas y hacendosas? ¿Tal vez algún señorito atrevido les dio la idea? Nadie cuenta. Se limitan a responder que el origen es remoto y se pierde en los siglos. No les gusta la pregunta. Les incomoda la risa turística e irreverente. Pero en todo caso, los manjares más apetecidos, unas enormes bolas azucaradas y llenas de crema por dentro se llaman Pelotas del Frayle y los panecillos redondos terminados en un pellizco respingón y dulce son las Tetas de las Novicias. Pero no es sólo en Chinchón. En Avila y por el valle del Jerte también vuelan de boca en boca las Yemas de Santa Teresa y los Huevos del Monje. Tal vez en la época de Franco se prohibió comérselas. Pero lo que es ahora, se venden literalmente como pan caliente. Entre risas y malicias, cada turista termina con una pelota de frayle entre la boca. Y honor a la verdad, saben bien.
Curiosidad: ¿Cómo llamaríamos a esta diversa bollería en Colombia? Acepto sugerencias .
