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Cada día los medios de comunicación nos venden más miedo...
Se sabe por experiencia, periodística, que un título sensacionalista, tremendista, amenazante o incitante vende más que uno normal. Y lo que importa es vender. La chiva. El escándalo. La cantidad de muertos.
Fotografiar la mesa vacía en La Habana el día 23, en que deberíamos celebrar la famosa firma y bailar de gozo agarraditos de la mano, nos remonta al pasado del Caguán, con la silla vacía y el registro de la derrota, de la paz fallida. Eso vende. Esa mala leche es la que triunfa.
La tragedia de Bruselas enciende televisores y copa primeras páginas... Salen avisos sobre “el terror que acaba con el turismo en Europa”.
Cualquier referencia al islam es símbolo demoníaco... Nos enseñan a mirarlos como enemigos de la humanidad, y confundir una religión que profesan millones y millones de hombres y mujeres, basada en las enseñanzas del Corán, con el terrorismo del Isis.
Nos rasgamos las vestiduras porque negociadores de la Farc se divierten en La Habana con el concierto de los Rolling Stones. Y nos llevan a creer que Obama pactó con el diablo al sentarse al lado de Raúl Castro en el estadio de béisbol y tener enfrente los asesinos colombianos.
El miedo paraliza. Polariza. Incrusta los rencores. Alimenta los odios. Abona la intransigencia. Potencia la intolerancia. Radicaliza las ideas. Paraliza el pensamiento. Asesina el diálogo .
Por eso quiero resaltar algunas de las palabras del papa Francisco al amanecer del Domingo de Resurrección en la ceremonia de La Luz: “No dejarnos vencer los por los miedos, la tristeza y la desesperanza... Y abrir nuestros sepulcros sellados para que Jesús entre y los llene de vida... Llevémosle las piedras del rencor y las losas del pasado, las rocas pesadas de las debilidades y caídas”...“La primera piedra que debemos remover es la de la falta de esperanza que nos encierra en nosotros mismos”... “No permitamos que la oscuridad y los miedos se apoderen de nuestro corazón”.
Estos mensajes nos caen como anillo al dedo a todos los colombianos, acostumbrados a la violencia, a la crítica destructiva, al desconocimiento a priori de cualquier esfuerzo, al derrotismo, a la intolerancia, a no ceder un ápice en ideas que tenemos incrustadas, atávicas, sin margen de cambio.
No queremos entender que si las Farc firman el acuerdo es para cambiar la lucha armada por la contienda política. Que la paz se logra es con el “enemigo” y no con el mejor amigo o el vecino cercano. Los mensajes de Obama al visitar a Cuba, de Kerry al dialogar con los jefes de las Farc, no pueden ser más explícitos. Pero no. Nos entra todo por un oído y nos sale por el otro....
Desde la Colonia estamos en las mismas. Y no queremos cambiar. Nos importa un rábano que los campesinos se sigan matando entre ellos... para eso están. Los que se apoderaron de sus tierras no piensan devolverlas. Ojalá salieran a la luz pública todas las porquerías del Incoder cuando reemplazaron a Juan Manuel Ospina y lo dejaron en manos de los que lo sucedieron, hasta que se acabó.
Las víctimas son pobres, anónimos sin voz... Los desplazados incomodan, la paz es una derrota para los dirigentes políticos y la clase dirigente... Lloramos los atentados de Bélgica pero no nos inmutamos con nuestros desaparecidos. Culpamos a Santos de todo, pero no hacemos nada para ayudar.
Continuamos olímpicos como sepulcros hediondos, encerrados, podridos, por más perfumes y joyas y apartamentos de lujo... Tenemos el corazón lleno de gusanos, ¡y nos acostumbramos a vivir así!
