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NO CABE LA MENOR DUDA. EL MOSquito nos picó a todos los cuarenta y muchos millones de seres que habitamos este país, enmarcado por dos océanos, llanuras eternas, ríos bravos y selvas impenetrables. Un territorio paradisiaco, tropical y sensual, lleno de ritmos y frutas, de aves de colores... un país en el cual —como anotaba un amigo— “alguien estornuda y crece el árbol del pan...”
Pero el insecto putrefacto nos envenenó el alma. Nos contagió a todos. Nos carcomió el alma y desgarró los sentimientos. Nos condenó a todos a podrirnos en medio del paraíso, a portar esta enfermedad incurable que nos corroe y oxida la mente y el corazón.
No de otra forma se puede explicar la atmósfera esquizoide y alterada en la que nos movemos a diario. En la cual convivimos sin apenas caer en cuenta de que nada de lo que acontece es sano ni normal. Cuando todos portamos pústulas y llagas, ninguno se percata de tenerlas. Nos acostumbramos desde hace muchos, muchos años, tal vez desde que el errático Colón pisó por primera vez estas tierras prohibidas, a vivir en el absurdo y a aceptar toda suerte de aberraciones por cotidianidad.
Nos despedazamos a dentelladas. Sacrificamos todo por llegar al poder. Vendemos el alma al diablo todos los días. Nos acusamos unos a otros en una espiral sin fin. El Ejército se odia con la Policía. Los ex soldados mueren en el abandono estatal. Incineramos padres de la patria. A paladas sacamos centenares de miles de huesos de fosas comunes. Ex gobernantes condenan a gobernantes actuales. Paramilitares compran el Congreso. Narcotraficantes se apoderan de tierras y de pueblos enteros. La corrupción es la moneda más cotizada. Los niños se mueren de golpes o de hambre. La mentira se convirtió en evangelio. Los sicarios se tapan de dinero. La salud es privilegio de la minoría. La educación se perdió en las marismas de la politiquería. Noticieros de radio y televisión llenan el espectro electromagnético de sangre diariamente. Locutores calumnian y ladran desde sus cabinas. Drogas, violaciones y maltratos son el pan nuestro de cada día. Adolescentes suicidas. Choferes homicidas.
Insultamos. Juzgamos. Señalamos. Nos lavamos las manos en el mismo estiércol y nos limpiamos con diferentes lados de la misma toalla. Cada cual barre su porquería hacia dentro y la que sobra la avienta al vecino. Vociferamos al unísono sin jamás escucharnos. Todos creemos tener la razón.
¿Hacia dónde vamos? Ya lo sabemos, ‘de culo pal estanco’. Pero ese es el camino escogido o designado por un creador arrepentido de habernos regalado el paraíso terrenal. Nos quitó el amor, la tolerancia, la objetividad y la autocrítica. Nos quitó del diccionario la palabra ‘perdón’. ¿Encontraremos el remedio algún día? ¿Nos limpiaremos el alma de esta carroña ancestral?
