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Me aburría mortalmente.
Única indoamericana en un sofisticado colegio en Suiza. Treinta alumnas. Llevaba casi dos años lejos de la Sucursal del Cielo, los sancochos, los tamales, el pandebono. Empecé a tejer una bufanda de lana gruesa café como Penélope, pero a lo bestia. Desde los jardines miraba ese lago Lemán, impersonal y quieto. La carta de respuesta de mi mamá me cambió totalmente el panorama:
“Cada ser humano es un libro; aprenda a leerlos. Cada ser humano es un mundo; descúbralo”. Inicié la tarea y fui descubriendo, con el diálogo y el interés, otros mundos, otras historias, otros sueños, otras ilusiones, y empecé a compartir mi mundo de fantasías y añoranzas, y cambié esa bufanda de lana café por tejer amistades que han resistido, algunas, el paso de los años, las distancias geográficas.
Así como en la literatura, en los seres también se barajan todas las gamas: misterio, vulgaridad, mezquindad, tragedia, heroísmo, ramplonería y ordinariez.
Prefiero los libros escritos. Libros-libros. Mi círculo de amistades lo componen aquellas que sus páginas siempre estuvieron abiertas para mí, sin dobles mensajes ni ambigüedades, y siguen intactas.
En cambio, la adicción a los libros crece como el tsunami. Quisiera vivir eternamente para poder leer todo lo que me falta; no sé si en la otra dimensión exista la palabra escrita. Sé, parodiando a Borges, que se quedarán muchas puertas sin abrir, muchos lugares sin conocer y muchos libros sin leer.
Descubro a Alberto Barrera Tyszka, escritor venezolano. Sus dos libros, merecedores de premios, Patria o muerte y La enfermedad, fueron una sorpresa. Ágiles, contundentes. Prosa excelente. Critica y denuncia.
El rastro de tu padre, de Patricia Lara, que para mí reúne las dos condiciones de libro abierto en su amistad y en trabajo literario, acaba de salir a la venta. “Los hijos necesitan un papá, ese primer amor incondicional que les permitirá organizarse emocionalmente después”. “Abandono es el que sienten los hijos no reconocidos o de padres o madres emocionalmente ausentes”.
Mi padre y otros accidentes, de Paola Andrea Guevara, periodista como Patricia, que lanza su ópera prima con su historia desgarrada, tierna, dolorosa y honesta de su reencuentro con su verdadero padre, ya adulta. Prosa limpia. Sin sensiblería . Rigurosa. Valiente.
Ante todo no hagas daño, del famoso neurocirujano inglés Henry Marsh, editado en español por Salamandra, en el que, con humildad y honestidad vertical, nos cuenta de sus dolores, triunfos, sufrimientos y limitaciones como neurocirujano, invitando a los galenos de todas las especialidades a un nuevo enfoque de sus profesiones. “Cada cirujano lleva dentro de sí un pequeño cementerio donde de vez en cuando va a orar. Un lugar de amargura y pesar en el que busca una explicación de sus fracasos”. “Ya me atrevo a ser menos distante con mis pacientes. Ya no puedo negarme que estoy hecho de la misma carne y sangre de ellos y soy igualmente vulnerable”. “La muerte no es siempre un mal desenlace, y una muerte rápida puede ser mejor que una lenta y dolorosa”. “Conocemos mejor la luna que el cerebro. Mirar el cerebro es como contemplar una noche estrellada usando prismáticos baratos... sólo conocemos una pequeña parte”.
También les sugiero sumergirse en las obras del neurólogo Oliver Sacks, que nos abre puertas para entender el fascinante universo del cerebro en sus libros: El hombre que confundió su mujer con un sombrero, Con una sola pierna, En movimiento, Despertares, entre otros. O en el mundo mágico de El arquitecto del universo.
Todos los días sale el sol; todos los días podemos leer un libro; todos los días podemos leer el alma de otro ser si queremos. ¡El amor sólo se da con el conocimiento!
Posdata: sigo insistiendo en que si el oso se zampa a DiCaprio nos hubiéramos evitado dos horas de arrastre en el frío... a pesar del Óscar.
