La película rueda en mi mente. El escenario es el Caguán. Los actores principales haciendo, hasta donde pueden, bien su papel. El guión no estaba muy definido. Guayaberas de a millón ondeaban con la brisa llanera.
Hombres y mujeres salieron de sus clubes sociales para viajar en lo que fuera y conocer de cerca a “la guerrilla”. Fotos, sonrisas, apretones de manos, expresiones fingidas de simpatía. Periodistas que salieron de todos los rincones y también aterrizaron en el campo, micrófono en mano, cámaras, grabadoras. Mujeres plásticas también hicieron presencia para “untarse de guerrilla y conflicto”. Se brindaba con gaseosa. Los amos de los noticieros, a los alaridos, nos relataban a cada rato los “extra”, las chivas, compitiendo por el rating.
No puedo borrar de este remake visual a Yamid Amat, desde una colina, con su expresión solemne, la mirada un poco torva como de buitre, dándonos, a cuenta gotas, la primera reunión en la que Marulanda, toalla al hombro y rostro hierático, dejó con los crespos hechos al presidente Pastrana, y la silla vacía. Parecía el periodista solazarse con esta chiva. Tendrían tema para rato. También visualizo el rostro del presidente, sentado en su rimax, despeinado por el ventarrón, pensativo y valeroso. Recibía con dignidad este primer desaire burdo. Su meta era lograr la paz para Colombia, así se debiera tragar todos los sapos que le saltaran en el camino .
Estamos ante un nuevo intento de acercamiento, un diálogo, un marco de referencia compartido para llegar a pacificar este país, azotado hace más de 60 años por una guerra sin sentido y sin objetivos, sin logros, pero, eso sí, con miles y miles de muertos. Civiles, mujeres, niños, adolescentes, falsos positivos, autodefensas, narcotráfico, guerrilleros que perdieron sus principios y cayeron en la más profunda narcoabyección. Etcétera.
Tenemos dos opciones. Apoyar al presidente y sus instituciones, estar dispuestos a darnos la mano, a perdonarnos y a iniciar un camino sin sangre, o seguir en las mismas, o sea matándonos los unos a los otros con el campesinado como carne de cañón. Creo que la mayoría de los colombianos, los que nacimos en la violencia, nos criamos en ella, las generaciones posteriores que no han conocido otra cosa, estamos saturados. Pudo Sudáfrica. Pudo Irlanda. Si queremos podemos.
La única premisa es que los noticieros no agarren este proceso como “extras y chivas”. Que los del jet-set no se peguen a las conversaciones. Que los lagartos políticos de todas las fracciones no se cuelen a las reuniones ni exijan representación. Que los periodistas de radio y de prensa tengan respeto en sus informes, para que puedan llevarse a cabo las conversaciones de paz... Si caemos de nuevo en la opinadera, la chiva, la mala leche, el protagonismo, volveremos a lo mismo.
El proceso de paz del presidente Pastrana no se lo tiró el Gobierno. Nos lo tiramos todos los colombianos. Como colombiana deseo que el presidente Santos actúe con firmeza ante cohorte de lagartos, áulicos, periodistas y opositores que quieren el fracaso y no se deje ni acobardar ni manipular. Colombia tiene el derecho a la paz.