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“Los muchachos de zinc”

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Aura Lucía Mera
24 de enero de 2023 - 05:02 a. m.
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“Escribid en tumbas, tallad en las lápidas que todo fue en vano...”, Svetlana Aliexievich.

Se vuelve a repetir la historia. La humanidad pareciera estar condenada a matarse. Vuelvo a leer Los muchachos de zinc, escrito por esta mujer que ganó el Premio Nobel, rompiendo todos los estereotipos literarios. “Obra polifónica, un monumento al sufrimiento y al coraje de nuestro tiempo”.

Esa guerra inventada por la Unión Soviética a finales de los años setenta hasta finales de los ochenta, donde un millón de jóvenes fueron obligados a combatir en Afganistán una guerra inútil. Una derrota total. Miles de jóvenes que tenían la vida por delante regresaron en ataúdes de zinc. Algunos ya descompuestos, otros en trocitos y los que sobrevivieron comparten con la autora sus recuerdos de esta atrocidad. Lo mismo sus padres. Libro publicado y repudiado en la URSS y Svetlana llamada a juicio y demandada “por escribir un texto lleno de injurias y ataques malignos”.

Comparto algunos testimonios

- “Por un instante perdí el conocimiento, empecé a arrastrarme, no había dolor, tenia que avanzar cuatrocientos metros y todos me adelantaban, hasta que alguien dijo que estábamos fuera de peligro. Intenté en ese momento sentarme como los demás, y solo en ese momento vi que no tenía piernas”.

- “¿Los héroes? Los héroes son iguales que el resto de la gente. Mentirosos, avariciosos y borrachos. ¿A qué huele la guerra? A asesinato. No a muerte. La muerte huele distinto. Uno de los nuestros murió de sobredosis de droga. Otro se robaba los alimentos del almacén. Me fueron moldeando en un asesino. Después de las barbaridades que cometimos jamás podremos entrar en el Paraíso. Juro que no fui a matar, era una persona normal”.

- “¿Quién contará cómo se transportaba droga dentro de los ataúdes? ¿Los abrigos de piel en vez de los muertos en combate?”.

- “Las cuerdas con orejas humanas disecadas, a veces matar hasta se volvía divertido”. “Ahora envidio a los muertos. Los muertos no sienten dolor. No sé cómo puedo vivir con esto”. Pienso y me estremezco. Pienso en los afganos, no sabemos de sus muertos ni de sus “héroes”. Jamás se sabrá la verdadera verdad.

La historia se repite. Se acabó la Unión Soviética, pero Putin, antiguo KGB, se inventó su guerra con Ucrania. Imagino la misma historia, miles de jóvenes enviados a la fuerza a matar o morir, sobrevivir mutilados o locos, jóvenes convertidos en asesinos, ya sus vidas jamás serán iguales. Los ucranianos bombardeados, sus casas, hospitales, parques, porque sí, porque a Putin se le dio la real gana, y al final también se suicidarán comandantes y regresarán derrotados, con sus vidas y sus hogares destrozados. Madres y viudas volverán a los cementerios a hablar solas. Y los responsables guardarán de nuevo silencio sobre cómo enseñaron a matar y despojar a los muertos. Cómo minar cadáveres para que estallen y que sus deudos también mueran al tocarlos.

Guerras y más guerras, todas de antemano al fracaso Las guerras nadie las gana. La tierra sigue tiñéndose de sangre y los muertos se olvidan. Nadie quiere saber de ellos. Como escribe Chaves Nogales en su libro A sangre y fuego: “Las batallas no se ven, se describen luego, deduciéndolas de su resultado. Se lucha ciegamente siguiendo un impulso biológico que lleva a los hombres a matar y a un delirio de la mente que les arrastra a morir. En plena batalla no hay cobardes ni valientes. Vencen los que están mejor armados y han hecho de la guerra un ejercicio cotidiano y un medio de vida”.

Colombia seguirá cubriéndose de sangre, o nos dedicamos en serio a una paz total. La sangre y el odio se pueden convertir en adicción, y el mesianismo también.

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