Luna llena

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Aura Lucía Mera
07 de abril de 2020 - 05:00 a. m.
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Este martes santo nos regala la luna llena. La podremos ver con cielos más limpios y a lo mejor la rodearán millones de estrellas. A diferencia de años anteriores, la Semana Santa no será de rumbas ni guachafitas. Será una semana de quietud. Obligada y para muchos frustrante y claustrofóbica. Viajes cancelados. Playas vacías. Casas de campo solitarias. Planes truncados. A la fuerza, con nosotros mismos.

Me declaro enamorada de la luna. A todos aquellos seres que ya no están y han partido definitivamente a esas dimensiones desconocidas, les envío besos a través de ella y estoy segura de que los reciben. Como afirma el cristianismo, y miles de años antes los egipcios; la luna es la mensajera de la luz. La que ilumina nuestras noches más oscuras y desoladas, la que nos acompaña con esos reflejos plateados en esos instantes de soledad, huérfanos de metas y nos enseña que existe la esperanza.

Ella crece constantemente para desaparecer antes de volver a nacer. Es el origen cósmico de la muerte y la resurrección. Se dice que una noche bajó a la tierra y se quedó engarzada en las ramas de un árbol. Un lobo negro y sedoso la encontró y la acarició con su hocico y así jugaron toda la noche hasta que la luna coqueta partió de nuevo al infinito y el lobo a su bosque. Y por eso sale a buscarla cuando regresa llena de luz; la llama, quiere volver a tenerla a su lado...

La luna, que controla mareas, que protege cosechas, que hipnotiza misteriosa, que nos dice tantas cosas con su silencio de plata, que nos deslumbra cuando se tiñe de sangre o se esconde tras el sol. Ella ha sido testigo de la historia de la humanidad. Llegó antes que nosotros con los mares y las montañas, los árboles, las flores, las frutas y el trigo.

Ha presenciado en silencio cómo hemos vivido, cómo nos hemos matado, cómo nos inventamos fronteras, cómo empezamos a odiarnos y cómo incesablemente fuimos horadando y destruyendo y violando y asfixiando nuestra verdadera y única madre, que es la tierra. Salimos de ella y volveremos a ella.

Este martes nos mirará, llena, fulgurante y luminosa, y nos enviará un mensaje sagrado. El de hacer un alto en el camino, mirar dentro de nosotros mismos, aceptar nuestra responsabilidad y estar dispuestos a cambiar el ritmo de “vivir matando y consumiendo, para así tener una segunda oportunidad sobre la tierra...Este es su mensaje majestuoso de este martes sagrado en que se conmemora una vez más la pasión, muerte y resurrección de Jesús, aquel nazareno que vino a enseñarnos amor e igualdad, perdón y misericordia. Y él, como la luna, ¡también sigue siendo el eterno mensajero de la luz!

Posdata. Fernando Navarro escribió en El País de Madrid sobre la canción Giraluna del cantautor Luis Eduardo Aute, quien acaba de fallecer: “La última fábula que le gustaba contar a Aute tenía como protagonista un girasol insumiso. Lo hacía llamar el Giraluna, un girasol que, a diferencia del resto, decidía no agachar la cabeza por la noche y aguardaba la llegada de la luna. Cuando el cielo se fundía en negro, este girasol conocía la luna y las estrellas”.

¡Seamos como ellos, giralunas, siempre buscando la luz y la esperanza!

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