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Mano a mano

Aura Lucía Mera

12 de julio de 2022 - 12:30 a. m.

De nuevo en el ruedo literario, Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga ya nos habían compartido La vida contada por un sapiens a un neandertal. Ahora este par de genios, uno en las letras y el otro en investigaciones sobre nuestros orígenes, nos regalan La muerte contada por un sapiens a un neandertal.

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Vida y muerte. Orígenes y finales. Evolución y extinción. Ambos libros merecen lugar privilegiado en las bibliotecas, porque nos acercan, espantan, divierten y enseñan verdades y misterios sobre nosotros, esta especie que llegó al planeta e igualmente se puede extinguir, como cualquier dinosaurio que se respete.

Ni somos los reyes, ni tan especiales como nos creemos. Tal vez sí los más depredadores y crueles. Compartimos con casi todos los vertebrados las mismas siete vértebras cervicales; con la jirafa, el elefante y la hiena. Un solo cromosoma nos separa de los chimpancés, uno solito. La vida y la muerte las definen las células y punto. Y para completar, tenemos los mismos folículos pilosos, aunque nos creamos más lampiños que los chimpancés. La única diferencia es que somos la única especie que sabe que se va a morir, afortunadamente y no para lamentarse.

Cita Arsuaga, que se lo recita de memoria a Millás, el siguiente pasaje del libro León el africano, de Amin Maalouf: “Si la muerte no fuera inevitable, el hombre habría perdido su vida entera evitándola. No habría arriesgado ni intentado ni emprendido ni inventado ni construido nada. La vida habría sido una perpetua convalecencia. Sí, hermanos, demos gracias a Dios por habernos dado el regalo de la muerte para que la vida tenga un sentido; la noche, para que el día tenga un sentido; el silencio, para que la palabra tenga un sentido; la enfermedad, para que la salud tenga un sentido; la guerra, para que la paz tenga un sentido. Agradezcámosle que nos haya dado el cansancio y las penas, para que el descanso y las alegrías tengan un sentido. Démosle gracias. Su sabiduría es infinita”.

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Millás piensa que si en efecto la muerte fuera evitable, si a lo único que hubiera que renunciar fuera al movimiento, nadie saldría de su casa, por miedo a que le cayera una teja en la cabeza o lo partiera un rayo.

También conversan sobre la diferencia entre la edad biológica y la cronológica. Así puede haber hombres o mujeres con una edad cronológica de 60 y la biológica de 50, jóvenes viejos de espíritu y adultos mayores vitales y llenos de energía.

Y muestran cómo, aterrador, las emociones influyen de manera directa y feroz sobre nuestra edad cronológica. Al respecto, consultan a la doctora Mónica de la Fuente, una científica que lleva 30 años estudiando la psiconeuroinmunoendocrinología: “Aunque parezca un trabalenguas, esta ciencia estudia cómo nuestras emociones, o nuestros pensamientos, que acaban generando emociones, influyen en el sistema inmunitario”.

Escoge tus pensamientos y escogerás tus emociones: “Si estamos tristes o estresados, por ejemplo, producimos en nuestro cerebro moléculas que llegan a las células inmunitarias, y estas empiezan a funcionar peor, ya no nos defienden adecuadamente. En cambio, cuando estamos contentos sucede lo contrario”. Para pensarlo. Lo mismo la actividad física. El que no se mueve muere.

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La mente no está separada del cuerpo. Les dejo el libro y todas sus sorpresas. Qué maravilla de mano a mano. Vuelta al ruedo, oreja y rabo. Olé por Millás y Arsuaga. ¡La sacaron del estadio otra vez!

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