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Margarita y la luz

Aura Lucía Mera

21 de mayo de 2019 - 12:00 a. m.

En pocas ocasiones nos encontramos con seres humanos que nos impactan desde el primer momento. Como si una vida anterior nos reuniera de nuevo. Algo intangible, misterioso. Imposible de explicar en palabras. Al menos para mí. Me sucedió con Margarita.

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Me había vinculado a Pida Ayuda, fundación especializada en el tratamiento de adicciones, y después de haber sido paciente y poder salir al otro lado del infierno de mi adicción al alcohol y la cocaína, trabajaba con el equipo terapéutico en el seguimiento de procesos de recuperación. Trabajo apasionante, duro, gratificante y triste. Ayudar a salir del infierno a otros seres es recorrer y recordar ese camino una y otra vez de la mano del otro.

Llegó una mañana a mi oficina acompañada del doctor Bettin, psicólogo especializado en adicciones y director de la fundación. Ella parecía un fantasmita. Transparente. Frágil como un junco que se lleva el viento. Lo único vivo eran sus ojos que hablaban de desesperación, derrota, rabia, pero al mismo tiempo una luz, una chispa de esperanza, un destello fuerte y profundo salía de esas pupilas retadoras y al mismo tiempo llenas de ternura contenida. Esos ojos y el pelo rojizo cortado a lo garçon.

Mi primer pensamiento fue rechazar esa misión. Imaginé que se me iba a morir en las narices o a desvanecerse como un ectoplasma. No me sentía capaz de ayudarle. Margarita era un reto demasiado grande y si yo le fallaba ella jamás saldría adelante. Al fin Bettin me convenció.

Trabajamos diariamente más de un mes. Confrontaciones. Confidencias. Lágrimas. A veces carcajadas. Episodios de ira. Todo ese proceso duro de mirar hacia adentro y conocerse sin máscaras ni justificaciones. Aceptando errores y descubriendo dones. Todo ese camino lo recorrimos juntas e imperceptiblemente se fue creando un lazo que nos fue uniendo con un nudo marinero imposible de desatar. Una amistad de alma a alma, un compartir dolores y esperanzas, confidencias, proyectos, ilusiones. Una hermandad sin máscaras.

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Margarita, una guerrera que luchó frontalmente con sus propios demonios y fantasmas y logró vencerlos. Margarita, que dedicó el resto de su vida, día a día, paso a paso, a crecer espiritualmente y ayudar a los demás. Margarita, que logró superar una infancia dolorosa y solitaria, que logró rehacer sus relaciones familiares, borrar de su alma cualquier vestigio de rencor, que pudo perdonarse y perdonar.

Margarita, que perdió a su única hija en un instante, su Alejandra luminosa, cuando su corazón se detuvo. Margarita, sola con su nieta y su biznieta. Margarita valiente, buscando siempre nuevos horizontes.

Margarita, que partió y se esfumó como la luz cegadora de un rayo que nos ensordece y estremece. Su corazón también se detuvo hace una semana, una mañana de sol.

Nos deja a los que tuvimos el privilegio de compartir su amistad y nutrirnos de su inteligencia prodigiosa, el eco de sus carcajadas, esa mirada de fuego interno que nos llegaba al alma y esa luz que siempre la iluminó y que ella, incansable, siguió buscando. Ya la encontró.

Posdata. Seguiré sintiéndola. Seguiré escuchándola. No acepto su muerte. Solo acepto que “se fue por una senda clara” y que algún día, en alguna dimensión, nos volveremos a encontrar...

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