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Martes 23

Aura Lucía Mera

23 de diciembre de 2025 - 12:35 a. m.

“Siempre sucede: me empeño en levantar un muro hostil contra diciembre. Contra la tristeza. Porque para aquellos que tenemos más vida en el recuerdo que en el porvenir, diciembre es triste. Me amurallo contra diciembre: blando y dulce fortín erizado de buñuelos y hojaldre contra el mundo. Coraza de recuerdos. Navidades lejanas. Un zapatito de charol irreal atragantado con la clásica media deformada. Cuajando sin golosinas y juguetes, tímidos sueños”.

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“Entonces me escondo en una fraseología toda llena de travesura de palabras, para embaucar los mil enredos del corazón. Está hecho mi yo de tantas personas diferentes, con tantas emociones distintas y contradictorias. Afectos, ideas, impulsos, conciencia de tantas irregularidades delicadas. Numerosas facetas que confieren un sentido mágico a cada fragmento de mi vida. Entre el ayer y el hoy reparto trozos de mi alma. Mi espíritu encogido se despliega. Ha llovido. Huele a tierra y la vida es bella”.

Escrito por Aura Becerra de Mera un 23 de diciembre de 1968. Hoy, 23 de diciembre de 2025, yo, su hija, me identifico totalmente con su sentir, escrito en esa prosa tan bella.

Curioso. Un 23 de diciembre fue su último día. Celebramos esa noche en la Casona, que brillaba como un faro de luz en esa esquina privilegiada. Brindó con champaña. Recitó con su voz ronqueta poemas. Abrazó hijas y nietos con amor. Dos biznietos endulzaron sus ojos y pausaron su respiración ya agitada. Ella ya sabía que era su noche de despedida; nosotros no.

Le dimos el beso repleto de amor al acostarse. No sabíamos que era su último beso. Al amanecer del 24, la enfermera me despertó a las seis de la mañana: “Señora, creo que su mamá está muerta, no respira”. Me levanté de un salto. Estaba dormida, en paz, sin un rictus. Ya su corazón había dejado de latir. Ese corazón repleto de amor, que sigue guiando a su tribu extendida: hijos, nietos, biznietos a granel.

La tribu que formó jamás se extinguirá. Ella nos marcó ese sentido tribal, valga la redundancia, que está unido con nudos marineros que ningún vendaval podrá desatar, así cada miembro sea diferente en edad, ideas, sueños y logros.

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Hoy, 23, quiero enviarle un beso largo como un túnel, amoroso y triste, porque aunque esté siempre a mi lado, no la puedo tocar ni compartir carcajadas. Mamá y amiga de vida, acompañante en mi camino errático, aplazando su adiós hasta comprobar que había salido del infierno y empezaba a caminar por otra senda, de la cual, solo por hoy, no me quiero apartar.

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