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Me tocó este martes 24 de diciembre la columna. Feliz Navidad.
A los que me leen y se divierten, a los que se enfurecen, a los que me quieren y a los que me insultan. A los furiosos y los insultantes les sugiero que no me lean. Nadie los obliga. Se hacen mala sangre, se les rebota la bilis y de pronto le pegan una patada al gato por cuenta mía. Seguiré escribiendo mientras esta casa editorial me lo permita. A propósito, gracias por haber respetado a rajatabla mis opiniones, a veces crudas y ásperas, o reales como la vida misma, o irónicas y con sentido del humor, según el tema o mi estado de ánimo. Gracias.
Pienso en la Navidad. Sus luces, sus novenas, sus símbolos. Tutaina y el tuquituqui con el burrito de Belén. Pienso en la muerte y en la vida. Me gustan las caritas de los nietos abriendo los regalos, desordenando todo o espantados con el “jo, jo” del viejo barbudo vestido de rojo, al cual todavía no me acostumbro. Para mí es una fecha en que el duelo de la muerte y la alegría del nacimiento se confunden. Alfa y omega. El principio y el final.
Miro el pesebre. El de mi apartamento. Pequeño y extraño. Un Niño medio mutilado por el tiempo. San José cabizbajo, la Virgen desteñida, la mula y el buey todos maltrechos por el paso de los años. No sé si los pastores son los reyes. Se me confunde la historia. Las figuritas son las mismas que utilizó mi mamá desde que estábamos pequeñas, las mismas de mis hijos y ahora de mis nietos. No he comprado nada nuevo. Ni un pato. El lago sigue siendo de papel plateado y a veces las ovejas se caen en él.
Lo miro y pienso en Francisco, el papa que está dedicado, en buena hora, a poner orden en el Vaticano, a llamar las cosas por su nombre y a contarnos muchas cosas distorsionadas por los antiguos pontífices.
Sabemos que el pesebre lo inventó san Francisco. Enhorabuena. Lo que no entiendo y jamás entendí es por qué la Sagrada Familia no tiene nada que ver con ninguna familia terrenal, de carne y hueso, como todas las que habitamos desde el comienzo del mundo la faz de la tierra.
Me explico. El modelo de la familia católica, la del pesebre, no es normal. Y no trato de ser hereje ni cosa por el estilo. Pero veamos: el papá, o sea san José, no fue el verdadero papá. La mamá parió siendo virgen, cosa que nos recalcan a menudo. El Niño no era de verdad hijo de nadie sino enviado desde el cielo por Dios a través de una jovencita humilde que obedeció el mandato de una paloma que le hablaba al oído. La mula y el buey son animales asexuados y estériles. El parto fue sin dolor ni sangre. ¿Quién le cortó el ombligo al niño? ¿Por qué ninguna pastorcita fue a visitarlos? ¿De dónde salieron tres reyes?
Personalmente me identifico con María, una mujer bandera, que montó en burro con los dolores del parto, que parió en una choza, que se le embolató su hijo por casi 30 años, precisamente en la adolescencia, que le tocó ver cómo lo crucificaron, que lloró, a lo mejor, se rebeló y se enfureció muchas veces, que le gustaba el buen vino, que tenía amigotas, que a lo mejor no estaba de acuerdo con muchos de esos pescadores rudos y analfabetas, que amaba a José y tuvo más hijos, que no le importaba ser amiguísima de Magdalena y que envejeció, se fue a vivir con Juan y murió como todo el mundo.
Me identifico con Jesús, ese rebelde, amigo del pueblo, de los pobres, crítico de los ricos, los avaros, las beatas y los mojigatos. A lo mejor populista y con discursos incendiarios. Jesús, el que amaba y no juzgaba a nadie, el que no discriminaba mujeres ni homosexuales ni agnósticos. El que no le hacía asco a los enfermos, el que jamás acumuló dinero ni fue banquero.
Me identifico con José. Trabajador, rudo, tratando de educar a ese hijo rebelde y desobediente. No sé muy bien si murió antes de que lo crucificaran. Viejo sufrido y distorsionado por la historia del papado, que acomodó todo como más le convenía, borrando de un plumazo la carne, la sexualidad, momificando a María. Negándole cualquier atributo humano. Prohibiendo que alguna mujer se identificara con ella.
Me gusta la familia normal, humana. Ojalá Francisco, el papa humano, nos desmitifique esa historia, para que la sintamos más nuestra, más real. Nunca es demasiado tarde para saber la verdad. De nuevo, ¡feliz Navidad!
