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“Memorias dispersas”

Aura Lucía Mera

21 de junio de 2021 - 10:30 p. m.

Siempre he admirado a Humberto de la Calle. Personalmente lo he visto un par de veces. Lo he admirado siempre por ecuánime, uno de los pocos políticos que conozco con una hoja de vida impecable. Sé de su pasado nadaísta porque fui y seré siempre una nadaísta de tiempo completo.

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Recuerdo que a raíz de la trágica muerte de Gonzalo Arango —quien solo alcanzó a decir “mierda” cuando un bus se incrustó en el carro donde viajaba a Villa de Leyva y lo mandó de una a la muerte y a la nada— el resto de su tribu nadaísta se reunía en mi casa al anochecer a beber y llorar, mi mamá incluida. Eduardo Escobar, Jota, Gallinazus, Elmo el monje loco, entre otros. Una noche, aburrida de tanta plañidera, les sugerí que editaran un libro con toda la correspondencia del Profeta, porque todos, incluyendo mi mamá, tenían montones de cartas de Gonzalo. Se acabó el llanto y seguimos bebiendo. De allí salió Correspondencia violada, uno de los mejores libros, que coordinó el poeta Escobar, donde aparece la historia más íntima, coloquial y bella del nadaísmo. No sé si sigue en circulación. Bien valdría la pena lanzarlo de nuevo al ruedo. Existen libros atemporales, este es uno de ellos.

Pero me salí del tema. Regreso a Memorias dispersas. Humberto empieza recordando sus épocas de niño en Manizales, cuando todo era pecado, existía el Concordato, nuestra propia inquisición... cuando era materia de excomunión ir a cine a ver La dolce vita. En esa Manizales de antaño, mojigata y rezandera, nos va llevando de la mano por su vida, su camino en puestos públicos, su participación clave en momentos decisivos de nuestra historia contemporánea, su papel determinante en los diálogos de La Habana.

Lo que no sabía de él es su amplísimo sentido del humor, su sencillez abrumadora para relatar las cosas, la ausencia de dramatismo, ego, señalamientos o justificaciones. Un libro claro como una quebrada de montaña, de aguas limpias y ligeras.

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De la Calle “no se da tono”. Pero sí da tono a cada página. Lo recomiendo a todos los que estén interesados en conocer de forma objetiva y llana nuestra historia reciente. Y me refiero a que no es un libro político ni una manera de hacerse autocampaña en estas elecciones que se avecinan. Son sus memorias y vivencias, dispersas y amenas, donde, como se escribe en la contracaratula, “están unas semblanzas de personajes que han dado forma al país actual y distintas confidencias de su prolija vida pública. Un testimonio lleno de vitalidad y lucidez”.

Me gustó este párrafo refieriéndose a la posible gobernanza mundial: “Mirando el panorama hoy, condiciones sobrevinientes hacen más necesaria, aunque lejana, una gobernanza mundial. El cambio climático, una de ellas. ¿Qué nos ganamos controlándolo si Bolsonaro, dueño de gran parte de la Amazonia, prefiere tumbar árboles para las vacas que preservarlos para los humanos? ¿Qué me gano con fumigar si el vecino de al lado vive entre cucarachas?”.

O este otro: “Como ha dicho Mockus, hay que atacar el atajismo, esa manía tan nuestra de salir adelante mediante la artimaña o la simple habilidad individual. No hay que dar espacio al avivato, al que piensa que la vida solo se abre para el que saca ventaja personal. Sin trabajo en equipo no hay futuro. Esto implica una especial formación en términos de cooperación, de trabajo, generosidad y reconocimiento de habilidades específicas a cada cual”.

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No les transcribo más, pero les dejo ese sabor del tono cadencioso y rítmico, de prosa ágil y a la vez profunda. Gracias a esas Memorias dispersas he conocido un poco más de la historia de este país complejo y bello. Ingobernable a veces, pero con millones de seres berracos y estupendos.

Posdata. A unirse y trabajar en equipo como en el fútbol. ”Sería un inmenso avance si los latinoamericanos pensáramos que, para conquistar el triunfo, no se puede jugar en fuera de lugar”. Se nota su paso por el nadaísmo. ¡Qué prosa, doctor De la Calle!

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