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“Ya tengo lista mi mochila. Mañana salgo a mochilear, no se les ocurra enmochilarme el viaje”. Esta conversación dejaría a más de un extranjero sin entender ni una palabra de lo que se está hablando. Sin embargo, para nosotros es totalmente normal.
Mochila: morral o bolso. Puede ser de lana de oveja o tejida en hilos acrílicos; arhuaca o wayuu; de cuero; impermeables de plástico; hechas en fique, crochet, ganchillo o telares. Las hay baratas, costosas, de lujo o tipo lonchera de colores. Se pueden colgar a la espalda, en un hombro o cruzadas en el pecho.
Mochilear: actividad realizada por jóvenes o adultos que desean viajar ligeros de equipaje, hacer senderismo, excursiones, o recorrer el mundo de forma económica. Se trata de viajeros libres, dispuestos a pernoctar donde quieran, buscar albergues u hostales, acampar y, en general, conocer culturas locales, caminar sin prisa, amar la aventura y disfrutar la naturaleza. Eso sí, deben enterrar sus necesidades, seguir normas básicas y sagradas, tener una fuente de agua cerca, no dejar colillas ni fogatas mal apagadas. Ser decentes. Mochilear no es bandolear. Ejemplo universal: El Camino de Santiago, en España, se hace mochileando.
Enmochilar: entorpecer o impedir algo. “Gato enmochilado” es tener algo oculto y poco claro en algún asunto o proyecto. También significa dilatar un proceso deliberadamente para entorpecerlo, o guardarse de manera indebida dinero o pertenencias ajenas; es decir, robar. En la costa Caribe, cuando alguien está contando una historia y lo interrumpen, se dice que “le están enmochilando el cuento”.
En resumen: tres conceptos distintos y un solo dios verdadero: la mochila, el mochilero y el enmochilado.
El presidente Petro, en estos días, afirmó: “Se entregaron 6.500 hectáreas a familias campesinas del departamento de Córdoba, víctimas de desplazamiento y violencia. Verdad, justicia, reparación”. Y esta verdad se ha quedado en una verdad enmochilada por ahí. Ya vemos las consecuencias de enmochilar la verdad. Algunas tierras han quedado enmochiladas porque se perdieron en manos de los paramilitares o porque se las robaron los políticos de turno. También se ha quedado enmochilada la reparación.
De esto han pasado años, y nadie sabe nada de esas tierras enmochiladas, que actualmente están en manos del autodenominado Ejército Gaitanista. Ojalá con estas conversaciones se acerque esa paz que nos ha sido tan esquiva.
A veces llevamos en nuestras mochilas interiores enmochilados oscuros que nos llenan de culpa y miedo. Hay que descargarlos para que esas mochilas queden limpias y podamos sentirnos libres otra vez, ligeros de equipaje, y podamos reiniciar un mochileo alegre y esperanzador.
A escupir los enmochilados y a hacer gárgaras con agua cristalina llena de trocitos de amor y verdad. Como me dijo un terapista hace años: “Somos tan enfermos como nuestros secretos. Hay que sacar todos los esqueletos del clóset”. O sea: ¡a desenmochilar!
