Finales de enero. Un encuentro de amigos en el apartamento de Plinio Apuleyo Mendoza y La Tavera, su mujer, esa extraordinaria pintora.
Entre los asistentes: Mignon Plaza, ecuatoriana apasionada de la fiesta brava, y apasionada ahora por la historia de Colombia. Por conocer esa historia de violencia que nos golpea desde hace casi un siglo, cuyo común denominador son miles de muertos, miles, y en la que sólo cambian los nombres: chulavitas, pájaros, guerrillas... esa guerra imparable que nos sigue consumiendo como una maldición eterna.
Plinio de pronto recuerda que tiene un manuscrito guardado, en el que ha consignado recuerdos. Se levanta y lo lleva al salón. Empieza a leer El día que nos cambio todo. Con voz pausada, que no esconde la emoción, nos comparte sus recuerdos de la tarde nefasta en que asesinaron a Jorge Eliécer Gaitán. Su padre Plinio Mendoza Neira, dirigente liberal, acompañaba a Gaitán por el andén de la carrera séptima. Plinio hijo estaba en Monte Blanco tomando onces. La mesa daba a un ventanal. Escuchan los disparos. Plinio corre a la calle a ver si es a su padre a quien han matado: “Entonces viendo su cara siento una descarga eléctrica. Es Gaitán... Tendido en el pavimento. No muerto, pues aún se veía su última brizna de vida”.
Un nudo nos aprieta la garganta. Además de ser un testimonio que todavía remueve entrañas, está escrito en una prosa magistral. Al rato le lanzo a Plinio casi una orden. “Tiene que publicar este manuscrito. Usted ha sido testigo de acontecimientos que han ido marcando nuestra historia”. Los demás comensales hacen eco. Plinio sonríe con timidez.
El libro es una realidad. Muchas cosas que contar. Editado por Planeta, Plinio, en un espacio corto, nos lleva a conocer facetas desconocidas de sus íntimos amigos y sus comienzos con hambre en París. Nos hace viajar hasta Santiago de Chile, en los días de la barbarie sangrienta, ante el féretro de Neruda.
Nos cuenta su relación de amor con Barranquilla y con Marvel, su primera mujer. Una escritora de raca y mandaca, que cuando se marchó con Plinio a vivir a París, jamás quiso regresar. Sus años de pareja, su bohemia compartida, la separación y su muerte. Precisamente yo estaba alojada en el apartamento de Plinio en París el día que se casó Marvel por segunda vez. Plinio era padrino. No atinaba a ponerse el esmoquin. Dejó el agua de la bañera abierta y para mi espanto una viejita frágil e iracunda subió al piso mascullando que su apartamento se estaba inundando.
Hace un perfil magistral sobre Elvira Mendoza, su hermana mayor, la mejor periodista que ha tenido Colombia.
Sus amores eternos por París, Roma, Lisboa. Nos hace tocarlas con el alma. Sentimos la locura vibrante del trastevere, la gélida noche invernal de la Ciudad Luz y el recogimiento y la magia de Lisboa.
Y como final, nos comparte con ese sentido del humor fino el karma con sus orejas, el peso del nombre que siempre ha llevado a cuestas, su amor por las zarzuelas.
Plinio confiesa “cuando uno, sin darse cuenta, entra en la tercera edad, descubre, en efecto, que uno ha vivido no una vida sino varias y que ellas están asociadas con mundos ya desaparecidos, con gente y lugares que en un momento dado te fueron muy próximos y luego sólo quedaron en el recuerdo...”. Gracias Plinio. Definitivamente tienes Muchas cosas que contar.