No hay mal que por bien no venga. Después de un curetaje odontológico, el lunes 22, llegué al apartamento como una carne al trapo cuando la rescatan de la chimenea: desmechadita, infladita, anestesiadita, adoloridita. Inmediatamente, hielo, Dolex, antibiótico y a la camita sin complejo de culpa, siguiendo órdenes de completo reposo.
Banquete literario: Simone de Beauvoir y Albert Camus recién sacados del horno, de nuevo. La hija adoptiva de Simone rescata una novela corta que su autora nunca quiso publicar: Las inseparables, donde narra esa amistad primera, a los nueve años, con una compañera de colegio; amistad que perduró hasta la muerte de su amiga; Beauvoir nunca se perdonó haberla sobrevivido. Bellísimo texto, con fotografías y cartas.
A primera lectura, un librito más, de comienzos del siglo pasado, pero que cobra una importancia única, porque dio paso a Memorias de una joven formal, El segundo sexo y La mujer rota, libros que lograron despertar y abrir los ojos a las mujeres en la década de los 60 y, por primera vez en la vida, hacernos cuestionar esa educación anormalmente religiosa, llena de tabúes, prohibiciones, culpas, pecados y temores de condenación eterna que recibimos en los colegios de monjas; darnos cuenta del machismo reconcentrado que nos rodeaba y empezar a debatir tantas cosas, a dudar, a mirarnos de frente, sentir ese deseo salvaje de liberarnos de cadenas opresoras y atrevernos a buscar nuevos horizontes.
Simone de Beauvoir marcó un antes y un después en mi generación. Destapó la olla pitadora y las reglas del juego empezaron a cambiar, tanto en las relaciones de pareja como en las universidades y en el ámbito laboral. Las mujeres dejaron de ser animales de ideas cortas y cabellos largos y hubo rebelión en las granjas. La semilla dio sus frutos. Se juntaron los astros: los Beatles, Woodstock, el hippismo, la yerba, las relaciones abiertas, la minifalda, el Che, Camus, Gide, Aznavour, Boris Vian, las gafas de gata, el tacón puntilla y el escote bandeja. Y también los libros prohibidos debajo del colchón: Freud, Jung, Verlaine, Rimbaud, Wilde, Françoise Sagan, Sartre y su náusea, el existencialismo… todo el tsunami de ideas que se desbordó en el arte, la literatura, la música…
Camus con El extranjero, esa novela corta que corta la respiración y deja al descubierto el monstruo en que nos convertimos si dejamos que la apatía y la indiferencia emocional entren en nuestras vidas. Me volvió a estremecer después de muchos años de haberla leído, porque siento que nos hemos convertido todos en extranjeros de nosotros mismos; de lo contrario, estaríamos revueltos y exigiendo explicaciones por esos miles de seres asesinados a sangre fría con los mal llamados “falsos positivos”, que en realidad fueron un genocidio. Estamos, como país, mutilados emocionalmente. ¡Qué dolor!
Posdata. Gracias a las muelas, recibí un curetaje emocional desgarrador. No me permitiré jamás la anestesia emocional, así no cambie nada en este país de sangre y mentiras. Orión, Buenaventura, las masacres, la corrupción… Tenemos que reaccionar o somos todos cómplices. No hay disculpa válida ni justificación. Así como Beauvoir despertó a las mujeres, Camus nos tiene que despertar emocionalmente. ¡Los libros sí cambian vidas! Por eso, en los regímenes dictatoriales los prohíben. Remember Ordóñez, el pirómano, ¿o ya se nos olvidó?