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No empujen

Aura Lucía Mera

18 de noviembre de 2025 - 12:05 a. m.

El Halloween empezó desde octubre: en los balcones y terrazas de conjuntos las calabazas, fantasmas y esqueletos aparecieron colgados; en los antejardines, frankensteins prematuros ondeando al viento, tan campantes.

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Estamos a mitad de noviembre y ya hay lucecitas titilantes, fijas, coronas rojas y verdes en las puertas de las casas, árboles de pino sintético llenos de bolas y figuritas, vitrinas llenas de copos de nieve, centros comerciales con tutainas y tuturumainas, vendedores ambulantes ofreciendo panderetas y maracas que inundan la ciudad.

Me siento empujada a un futuro forzado. Ya está la angustia de cuántas maricaditas inútiles debo comprar para quedar bien. Sí, maricaditas pa’l clóset, como decía una tía. Que si el Amigo Secreto es obligatorio, que no puede ser cualquier cosa, que si va a alcanzar la plata. Ufff.

El maldito capitalismo, el comercio, todo empuja. Un mes y medio antes nos lanzan al abismo emocional. Hablo a título personal. Todo ficticio, una especie de tsunami comercial que crece y crece, arrastrando cualquier posibilidad de calma.

Me rebelo por dentro. Me dan ganas de encuevarme, como los hititas. Octubre se convirtió en noviembre y noviembre en diciembre. En los países con estaciones es peor: las hojas del otoño se ven obligadas a iluminar; de resto, sobran o incomodan. Y el trópico se disfraza de copos de nieve.

Aparecen de la nada los famosos Black Fridays ofreciendo rebajas, empujando y empujando. Tengo que hacer un esfuerzo casi sobrehumano para concentrarme en el presente, ese instante que es lo único que tengo seguro, impedir que mi mente, esa loca de la casa, no me proyecte al despelote. Respiro hondo y tomo una decisión, no sé si drástica, pero es la mía.

No voy a dar Amigo Secreto en ninguna reunión familiar o de amigos. No voy a regalar nada a nadie que no pertenezca a la familia estrictamente nuclear. Todo ese dinero, poco o mucho, que se desperdicia en pendejadas de compromiso lo donaré con amor a alguna institución o familia que de verdad lo necesite y le ayude.

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No asistiré a novenas cansonas, repetitivas, leídas a la carrera en un lenguaje incomprensible y arcaico. Cuando las fechas conmemorativas estén próximas, unos diítas antes pondré en una mesita un mini pesebre de cartón y discretas y pocas luces entrelazadas en las matas de mi terraza.

Papá Noel jamás entrará a mi casa, mucho menos el árbol sintético. Estoy cultivando ceibas de verdad para regalárselas a los parques de Cali cuando ya estén para transplantar.

Por ahora sigo como burro inmóvil llevando mi vida normal, la que llevo todo el año, sin dejarme empujar. Ya de por sí la vida se acorta cada veinticuatro horas, y la quiero disfrutar así, viviéndola al máximo en el presente.

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El amor sigue y seguirá intacto aunque no lo llene de regalos. El regalo de ver amanecer, mirar la luna llena, sentir la brisa, el viento que aparece y desaparece de la nada, misterioso, suave o amenazante, oler a tierra mojada después de la tormenta, observar cómo las mariposas amarillas aman las flores rojas, ver planear los aguiluchos al atardecer, observar en los trancones esa multitud de torcazas agarradas a los cables como esperando la orden de alzar el vuelo una vez más, la danza de los guaduales siempre con su música interior.

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Esos son los regalos que nos ofrece la vida a diario. No se compran ni se venden. Siempre están para quienes los quieran recibir y disfrutar.

Al nacer, el Ser Superior, o Dios como cada uno lo conciba, nos regaló este planeta azul y frágil, que sigue impávido y bello con sus soles y lunas, aves y flores, bosques y mares. Indiferente a la sangre y a la violencia, defendiéndose ante el exterminio con sus huracanes y temperaturas, de nosotros, sus depredadores, que en lugar de gozárselo lo quieren extinguir. Menos mal que los desaparecidos seremos nosotros. Porque, como escribió Unamuno: “O es que Dios penitente acaso quiso / para purgar de culpa su conciencia / por haber hecho al hombre, / y con el hombre la maldad y la pena”. Yo sí me lo gozo. Ese es mi regalo para diciembre, desde este noviembre. Felices veinticuatro horas.

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