RECUERDO LAS ÉPOCAS EN QUE “fe es creer en lo que no vemos porque Dios lo ha revelado” y los dogmas del Catecismo Astete, no por elementales menos intemporales.
Reconozco que no creo en la Iglesia Católica como poseedora de la verdad absoluta y me ponen los pelos de punta su boato, sus dogmas de la edad de piedra, sus sermones caudillistas desde los púlpitos para aterrizar pecadores, sí sigo con la fe del carbonero, creyendo en un Ser Superior, vigente muchísimo antes de que San Pedro, después de morir boca abajo, fundara su imperio.
Creo en la energía, y que seguimos, después de la muerte física en otro viaje, otras dimensiones, desconocidas pero reales. No sé por qué el ritual católico a los muertos es tan deprimente y negro. Tal vez la herencia de España, de mantones negros, lloronas, golpes de pecho y silencios espesos. Si creyéramos de verdad que la muerte no es más que un hasta-luego a lo mejor la enfocaríamos de otra forma. Y saco esto a colación a raíz de la despedida a Fanny Mikey, con música, teatreros, colorido y alegría. Una despedida triste porque no la volveremos a ver, ni contagiarnos de sus carcajadas contagiosas, ni escuchar sus palabras ronquetas y cargadas de inteligencia y optimismo. Pero una despedida acorde con lo que fue su vida, con el legado que nos dejó, con las lecciones que nos dio. Una despedida llena de sentimiento en la que las emociones se apelotonaban en un prisma de colores. Risas y lágrimas, pañuelos y aplausos. Sus cenizas brillantes, del mismo material que las estrellas esparcidas en el mar. Algunas en su Argentina natal. Fanny inmortal, alegrando el cosmos, cantando la balada para un loco, con una luna llena rodando por Callao.
Me llegó al alma el artículo de Fabio Rubiano en la revista Cambio. Describiendo a la Fanny terca y mandona. A la Fanny que ya podía darse el lujo de abandonarnos porque, como Edith Piaf, ya había vivido varias veces. A la Fanny irreverente e impredecible, la misma que llegó a Cali con su cintura de avispa, apretada con el corset de las bisabuelas, cruzando lánguida sus piernas eternas en las oficinas para pedir donaciones a un festival que daba sus pinitos y que marcaría el inicio de la vida cultural de la parroquia inquieta. La Fanny que cantó arrabalera en el Municipal y que luego se fue a celebrar al Carambolo, llenando espacios con su risa, haciendo vibrar el aire con el timbre de su voz. Nació para Colombia en Cali, y se vino a despedir. La Fanny “piantada” y vital, que consumió la vida hasta su última gota, y voló a su espacio sideral cuando le dio la gana.
Así deberían ser todas las despedidas. Con guitarras, canciones alegres , aplausos, dolor y alegría mezclados, esperanzas de reencuentro y abrazos de amor. No solamente lágrimas y lutos. También caben sonrisas y anécdotas, aplausos y, sobre todo, la certidumbre de que nos volveremos a encontrar. No tanto incienso, letanías y hurgar en el alma más dolor.
P.D. Consejo sabio: “Nunca metas tus dedos pulgares entre dos muelas cordales”... Que el volcán de lodo se tranquilice y vuelva a reinar la paz.