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No llegó el cambio y hacia atrás asustan

Aura Lucía Mera

26 de agosto de 2025 - 12:05 a. m.

“¿Sabe la rosa que la espina podrá defenderla

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vulnerando la piel del que ataca?

¿Sabe la ceiba que, lanzando a volar sus semillas

en una gasa leve, lejos germinarán en suelos propicios?

¿Dónde termina cada cosa y empieza su designio?”

William Ospina

Poeta, escritor, dramaturgo, historiador. Tierno o feroz. Honesto consigo mismo. Siempre la palabra justa y el gesto mesurado. Esa prosa perfecta que nos lleva a adentrarnos en los misterios de los ríos, en nuestra propia historia… la de este continente tan nuevo y tan viejo, llamado América, o el País del Viento.

Quedé atrapada por Guayacanal y Pondré mi oído en la piedra. Leo y releo su última obra: No llegó el cambio y hacia atrás asustan, una serie de ensayos “audaces, agudos, imprescindibles” sobre estos años convulsos del país político. Nos invita a no perder la esperanza, exigiendo el país que merecemos (contracarátula).

Sus palabras previas, al inicio, ya nos llegan como dagas directas a la conciencia, sin curitas ni dioxogen: “La única razón por la que el país no empeora, a pesar de sus pésimos gobiernos, es porque Colombia se sostiene sola, por el rebusque de sus gentes. No es el Estado corrupto. (...) Y posiblemente funcionaría mejor sin el Estado extorsivo y voraz, al que ningún presupuesto le alcanza; sin la justicia venal, sin las fuerzas armadas dirigidas con ineptitud. (...) El clientelismo local extenúa las rentas públicas en contratos y tajadas. Se reelige sin fin porque es insaciable”.

“Estos textos son la vaga crónica de cómo sobrevive un país a pesar de su gobierno y de sus políticos. Qué triste es la política cuando está llena de odio y falta de imaginación. (...) Durante estos tres años hemos podido ver cómo se desperdician las oportunidades de cambio en torrentes de improvisación e incoherencia. Y, sin embargo, saber que no se puede volver atrás, porque hacia atrás asustan”.

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Un libro duro. Fuerte. Desenmascara y golpea. Una invitación seria y sin maquillaje a todos los colombianos. No es un acto de contrición lloroso y fariseo, sino un acto de introspección valiente y doloroso, porque somos todos responsables de la situación en que vivimos. La triste y desoladora realidad actual es la consecuencia de años y años de hacernos los ciegos, de culpar al otro, de lavarse las manos y cohonestar calladamente tantas cosas.

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Por simple comodidad, temor, indiferencia o ignorancia. Viendo como parte del paisaje al viejo que vende dulces en una esquina para poder comer, a la joven que canta en los semáforos porque no pudo aspirar jamás a un escenario, a los jóvenes que se atrevieron a estudiar y no encuentran trabajo, a los adolescentes que se arrojan con botellones de agua con jabón y trapos sucios para limpiar parabrisas por unas monedas, para luego comprar su yerba. ¿Por qué su futuro es el no-futuro?

“La paz no es causa, sino consecuencia./ La paz no produce la reconciliación./ Es la reconciliación la que produce la paz”.

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Creo que estos ensayos de William Ospina son una invitación a que aterricemos. Estamos como los aviones en punto de no retorno. La violencia, la falta de oportunidades, las ambiciones personales, la rabia y la polarización solo tienen un final: sangre y más sangre, desaparecidos, desplazamientos forzosos y más y más violencia.

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Colombia y los colombianos merecemos una vida digna y normal. Recuperar esos valores perdidos: la ética, la honestidad, la compasión, el respeto. No es con bombas explosivas, ni tumbando helicópteros, ni extorsionando. No con polvos cósmicos, ni gabinetes de payasos o malandros. No tratando de cuadrar el círculo, ese círculo vicioso en el que estamos inmersos.

Depende de cada uno. No hay pócima mágica ni abracadabras. Al final del túnel, siempre hay luz.

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