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“Que nadie diga, como con tanta frecuencia, / que eso no lo sabíamos. /Ni uno de los justos mudos / debe quedar después sin mancha. / Que nadie guarde silencio toda la semana / y hable libremente el domingo. / No queremos levantar nunca más monumentos / a víctimas en que antes no se pensó. / En el espejo nadie podrá reflejarse / sin culpa ante sí mismo. / Ya en el antes arraiga en los tiestos de flores / la vergüenza del después”. Gunther Grass, De la finitud.
Invito a todos los colombianos a que por favor, hagamos un alto en el camino.
La polarización actual se salió de madre. Las rabias represadas, las creencias atávicas, las pasiones partidistas, la incapacidad de escucharnos, la descalificación a priori de cualquier opinión que no sea la propia, la rotulación tajante que divide a los “buenos” de los “malos”, los insultos, las amenazas, los intereses particulares de muchos para poder pescar en río revuelto, la incapacidad de ponernos en los zapatos del otro, la ceguera autoimpuesta para no ver más allá de nuestros propios intereses, el nomeimportismo hacia los demás... y la lista sería infinita; nos están removiendo a todos la bestia que nos habita. Por más que queramos taparla con ropajes de seda y cubiertos de plata.
Como afirma con preocupación un analista político, nos estamos despeñando hacia atrás. Yo diría, un poco más gráficamente, yéndonos de culo p'al estanco, a los orígenes de los detonadores de La Violencia en Colombia que hasta ahora no hemos podido detener, sino que crece como un huracán que arrastra lo que encuentra a su paso.
Invito a la reflexión. La Paz es un derecho inalienable. La Paz no pertenece al presidente Santos. La guerra no pertenece al expresidente Uribe. La Paz es un anhelo de todos los colombianos sin distingo de raza, condición socioeconómica, preferencias políticas, títulos académicos, género, edad, aficiones o religión.
La firma de los acuerdos de La Habana es sólo el comienzo de un proceso largo, lento, difícil y delicado que requiere como premisa que cada uno nos miremos honestamente a nosotros mismos y nos preguntemos cómo podemos aportar a construir una Colombia mejor, para dejarle ese legado a nuestros descendientes. La Paz no se define en los ámbitos políticos, sino en cada uno de nuestros corazones.
Todos, sin excepción, estamos enfermos. La mayoría de nosotros nació en medio de la violencia y hemos mamado de ella desde la infancia. Algunos hemos tenido el privilegio de no haberla vivido en carne propia. Pero nos hemos alimentado con ella desde los titulares de periódicos, noticias en televisión, lectura de libros, imágenes dantescas, historias orales de terror, y aprendimos a vivir salpicados con la sangre de los más vulnerables. Esto nos hace más responsables ante el futuro de nuestro país.
Hemos sido espectadores, nos hemos cubierto con una capa de indiferencia, sentimos terror de que nos toque un cambio social. Hemos sido cómplices de la sangre derramada. Por omisión. Por egoísmo. Por comodidad. Hurguémonos el alma y, si lo hacemos con honestidad, ninguno de nosotros podrá juzgar ni tirar la primera piedra.
“En el espejo nadie podrá reflejarse sin culpa ante sí mismo”.
