Aunque no ha sido titular de prensa, es un secreto a voces. Ya en Cali lo habían alertado el hermano Ray Schambach, el escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal y la columnista de El País de Cali Gloria Hurtado. El resto de la prensa colombiana no ha dicho nada, tal vez por miedo a ser excomulgados. Pero es una realidad: si la Iglesia católica apostólica romana no cambia, está destinada a desaparecer. Se le viene encima el cisma y, como dice una profecía citada por Álvarez Gardeazábal, el papa Francisco puede ser el último de la humanidad. Se trata del Camino Sinodal iniciado en 2019 por la Iglesia católica alemana que debe concluir este año y pide que el Vaticano se actualice.
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Gloria Hurtado escribe: “Movimiento significa cambio. Pero existen instituciones que sueñan con la parálisis. [...] Por ello me alegró muchísimo la postura de una parte de la Iglesia católica alemana que de nuevo (remember, Lutero) le dice al Vaticano que es perentorio moverse, actualizarse. Que si persiste en congelarse terminará aislada y empequeñecida. ¿Desaparecerá?”.
Piden transformaciones en materia teológica y estructural del catolicismo, como acabar con los obispados y crear consejos pastorales, permitirles a las mujeres la participación activa y su ordenación sacerdotal, la aceptación y bendición de los matrimonios entre homosexuales, aceptar la diversidad de género dentro y fuera de la Iglesia, reexaminar el celibato sacerdotal, las relaciones prematrimoniales, la convivencia de las parejas, la eutanasia y el aborto, entre otros cambios. Algunos de estos temas todavía producen urticaria, como la inclusión de las mujeres y el celibato.
Afirma Gloria Hurtado que “la idea de creer porque sí, sin ninguna clase de sano cuestionamiento, pertenece a la época infantil de la humanidad”. Me identifico plenamente. Ya los seminarios se están quedando sin clientes. Las monjas han desaparecido por arte de magia. Encontrar a una en la calle produce sobresalto. Los niños de ahora aceptan hacer la primera comunión porque los padres les prometen fiesta y regalos. Después se olvidan. Los colegios no dan clases de religión o religiones, y lo que sucede es que esta nueva generación no tiene ni idea de la Biblia ni de los Evangelios. Creen que Noé es una tira cómica. Les fascina el episodio del arca como cuento. No saben nada de Adán, ni Eva, ni por qué en diciembre se hacen pesebres con burritos y pastores, ni quién es ese hombre que ven en Semana Santa crucificado y sangrante. Nadie sabe explicarle a un preadolescente el cuento de la paloma y el rayo de sol que atravesó un vidrio sin romperlo ni mancharlo.
Hace poco fui con uno de mis nietos a visitar la Catedral de Berlín. Se quedó hipnotizado mirando algo hasta que me preguntó: “¿Qué es esa cápsula?”. Le tuve que explicar que eso se llamaba púlpito y que desde ahí el cura hablaba. Se quedó confuso. Cuando les cuento a mis nietos sobre mi “educación con las monjas” pareciera que estoy narrando la época de los dinosaurios. Yo misma no lo puedo creer: guantes, velos, venias, mantillas, terror de pecar, confesión de rodillas, prohibición de hablar de sexo.
Coincide esta columna con una novela que me estoy leyendo: La herejía de Miguel Ángel, de Matteo Strukul. En ella, al genio del Renacimiento le toca lidiar con seis papas, cada uno más lascivo, soberbio, lujurioso y cruel que el otro. De allá viene la Iglesia y allá se está quedando: machista, misógina, paralizada, llena de pederastas y ambición, apartada de la realidad; nada que ver con la doctrina de Jesús el Nazareno.
Esperemos que esto tenga un final normal y que el catolicismo se actualice, si no quiere pasar a ser una leyenda más.