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Para que no perdamos la memoria

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Aura Lucía Mera
15 de febrero de 2011 - 03:00 a. m.
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NO. NO ME REFIERO A LOS EJERCIcios para estimular el cerebro y retrasar el proceso degenerativo del Alzheimer. Son importantísimos.

Ojalá todos practicáramos durante una media hora larga: resolver las sopas de letras, sumar placas durante los trancones, concentrarnos en el sudoku, leer  media página en voz alta y caminar a buen paso. Oxigenar el coco.

Mi asunto va por otro lado. A veces pienso como si los colombianos nos hubiéramos autoinducido una especie de Alzheimer colectivo para olvidar o simplemente jamás pensar en las tragedias que nos han estremecido durante años. Ese mar de sangre que ha bañado poblaciones enteras, que ha dejado miles de miles de desplazados, huérfanos y mujeres abandonadas. Esa violencia irracional orquestada por narcoparamilitares, narcoguerrilleros y muchos integrantes de las Fuerzas Armadas.

Mucho mejor pasarnos las horas muertas ante el televisor viendo la violencia ajena o las hazanas de los narcotraficantes, o las telenovelas. Mucho mejor leer novelas, ir a cine, asistir a reuniones sociales de pluma y paracaídas, recorrer centros comerciales, competir en frivolidades y jugar a que vivimos en Suiza y que aquí no ha pasado nada.

Asistir a la exposición sobre el Holocausto, en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, me volvió de nuevo a la realidad. Y recordé también, después de visitar algunos campos de concentración en Holanda, que muchísimas personas alemanas, holandesas y polacas no sabían que en sus narices estaban asesinando a millones y que el humo gris y espeso que se alzaba hacia el cielo en ciertos lugares no era de industrias, sino de la carnicería salvaje de seres humanos.

Los colombianos no nos escapamos a una realidad semejante, guardadas las proporciones. En Trujillo, Valle, existieron hornos crematorios. En El Salado se jugó fútbol con las cabezas decapitadas de niños. Se empalaron mujeres después de ser violadas. En Bojayá pipetas de gas incineraron casi a un centenar de personas dentro de una iglesia donde habían acudido a protegerse del fuego cruzado entre ‘paras’ y guerrilleros. Los ríos Atrato, Cauca y Magdalena se rebosaron de cuerpos hinchados y descuartizados que bajaban por diversos lugares de nuestra geografía. En La Rochela, Santander, asesinaron a sangre fría a 12 miembros de una comisión judicial en una alianza entre ‘paras’, narcos, guerrillos y Ejército.

Lo más trágico es que en Colombia sí sabíamos todos lo que sucedía. Pero pasamos de largo. Simplemente les aventamos toda la responsabilidad a los gobiernos de turno. Afortunadamente, el Grupo de Memoria Histórica, después de valerosas y exhaustivas investigaciones, ya ha publicado varios libros: Bojayá, guerra sin límites; El Salado, esa guerra no es nuestra; La Rochela, memorias de un crimen contra la justicia; Bahía Portete, mujeres wayú en la mira; La tierra en disputa, memoria del despojo y resistencias campesinas en la Costa Caribe, y Trujillo, una tragedia que no cesa.

Invito a todos los ciudadanos a leerlos. A conocer, a permitir que el dolor de esos miles nos toque. A empaparnos de nuestra realidad, para unirnos y no volver a permitir que estas atrocidades continúen. Dar la espalda es un crimen igual. La omisión por desidia también mata. Detengamos esa indiferencia atroz que nos lleva a ignorar un pasado sangriento y reciente, y a creer en un presente falso.

 

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