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¿Paraíso perdido?

Aura Lucía Mera

12 de enero de 2015 - 07:42 p. m.

San Andrés. La magia de sus azules sigue deslumbrando. El mar de los siete colores continúa desafiando las retinas de visitantes y locales, eternizando su belleza sin que la afecten conflictos internacionales y problemas internos, más allá de toda malquerencia.

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Leo El Isleño, periódico quincenal dirigido por Eduardo y Billy Lunazzi, donde se destacan las principales noticias de la isla, en las que sus columnistas tratan temas de fondo, como el litigio con Nicaragua, la educación, los logros de la viceministra de Turismo, Sandra Howard Taylor, el libro de la escritora Keshia Howard Livingston o los recuerdos de infancia en las navidades isleñas de Inés Celis.

Celis recuerda cómo los raizales desde comienzos de año escogían cuál sería el animal sacrificado para compartirlo en las festividades... La recolección del “sorrel” para el brindis de Nochebuena, el “bread fruit” y el “sweet potatoe”, y la excursión a la loma para cortar con machete un arbolito de sul sul y meterlo en una lata, decorándolo con algodón y cintas de colores.

San Andrés: a Herstory, escrita por Keshia Howard Livingstone, es una novela histórica en que aparecen cuatro generaciones isleñas de mujeres relatando la historia de la Isla y los orígenes de sus raizales. Como dice el editorial de El Isleño, “es la cosmovisión de la niña raizal criada al pie del Tamarind Tree, donde comenzó a escribirse la memoria de estas islas”. Esperemos que las librerías del interior, léase Colombia, que solamente miran hacia el archipiélago en momentos de crisis, lo lleven a sus estantes para poder disfrutarlo y conocer mejor el alma de sus moradores.

San Andrés tiene la más alta afluencia de turistas del país. Indudablemente la ocupación hotelera vive al máximo, y visitantes de Italia, Canadá y Portugal arriban con más frecuencia.

La otra cara de la moneda es el deterioro de la única carretera que rodea la isla. Baches, huecos, tramos sin pavimentar, otros en los que el mar se la está devorando. La basura. Montañas de plástico que esas olas azules y limpias rechazan con fuerza y se amontonan en la arena o flotan en los recodos de las rocas.

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El caos del centro, el desorden, los brotes de violencia, el temor de acercarse a un cajero automático, los rumores (fundados o no, no me consta) de la corrupción politiquera y, lo más grave, como anota Luis Guillermo Restrepo en El País del domingo, los famosos subsidios a los pescadores que lo único que han logrado es fomentar la pereza, porque “pa que voy a salir al mar”...

¿Se está convirtiendo San Andrés en un paraíso perdido? ¿O logrará al fin convertirse en el polo turístico más bello de Colombia, donde se respete la cultura ancestral y se resguarde a rajatabla el tesoro de sus arrecifes, la limpieza de sus aguas ? ¿La viceministra de Turismo tiene la oportunidad de exigir la atención que merece el archipiélago, y que no continúen las promesas incumplidas desde la fría y congestionada burocracia capitalina?

Lo único eterno, inmutable, alucinante y deslumbrante son esos azules únicos que se convierten en espumas, enamoradas de esa arena blanca, las estrellas que se asoman cada noche, la brisa que acaricia las palmeras y, una vez más, ¡ese mar!

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