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La rabia acumulada por siglos y heredada de generación en generación está llegando a un punto de no retorno. Esta mezcla de español aventurero, india brava y africano traído en condiciones infrahumanas, esclavizado y segregado, no resultó.
Siglos de inequidad, racismo, exclusión, corrupción y castas, sumados al poder del narcotráfico y el todo vale, más la polarización, el populismo y paro aquí, porque las causas son infinitas, nos han convertido en una bomba atómica individual y colectiva.
La violación de una joven de 17 años al bajar en una estación de Transmilenio en Bogotá es inaceptable. Más aún, la indiferencia de las autoridades que no quisieron recibir su denuncia (parece que no es la única vez que sucede). Peor aún, la agresión contra la estación a punta de pedradas hasta despedazarla. Una reacción demencial, una demostración de la ira contenida de cada agresor contra una estación, objeto indiferente y no culpable de lo que sucede, un armazón de vidrios y acero que presta un servicio público. Es lo que en psicología se llama rabia desplazada (anger displacement). Como darle una patada al gato cuando se ha tenido un mal día, al carro si se le perdió el celular o vender el sofá si el cónyuge ha puesto los cuernos encima o debajo del mueble.
Hace poco me metí a la aplicación de Twitter y es aterrador leer la agresividad de algunos tuiteros. No bajan de “gonorrea” o “hijueputa” al que osa opinar diferente, así como a los antitaurinos nos tachan de asesinos, torturadores y depredadores del planeta. Soy víctima de esa rabia desplazada, me han dicho zorra, hija de puta, han deseado que un cuerno se me meta por donde sabemos y me arrastre hasta la muerte.
La agresividad de los motociclistas raya en guerra declarada. Las caravanas paralizan ciudades y, si acompañan el féretro de algún traqueto, van tiros de pistola al aire. Si de pronto impedimos que se nos avienten para “limpiarnos” el parabrisas en algún semáforo, nos ganamos un golpe al carro o un palazo. Halloween se convirtió en una fiesta cuasisolitaria en la que cada niño pide dulces encerrado en su conjunto o casa por el pavor a que lo droguen, lo rapten o lo violen.
Presentadoras racistas llenas de cirugías plásticas y templadas como máscaras ascienden a las pantallas de televisión, porque aumentan el rating de la audiencia morbosa. Las primeras planas de los periódicos y los titulares de los noticieros son lo que antes se llamaban “páginas rojas”, una avalancha de crímenes, asaltos, atracos y mensajes falsos y tendenciosos.
Se habla mucho de la salud mental, del aumento de jóvenes suicidas, depresivos, pero no se hace nada al respecto. Bla, bla, bla... Bullshit, como se dice. Se trata cada caso de esta locura colectiva como si fueran brotes aislados. No, las frustraciones individuales se salieron de madre y se convirtieron en una amenaza colectiva. Y nadie le pone el cascabel a esta hidra de siete cabezas. Consigna: sálvese el que pueda y dele gracias a su poder superior cada día que regrese a casita vivo y completo. Se nos olvidó o jamás nos enseñaron que todos somos hermanos de patria y que solo el diálogo y el respeto nos llevarán a la paz.
